La nueva puesta en escena de Esperando a Godot (1952) en la ciudad de Londres marca la actualidad de una pieza que lleva representándose 70 años de forma casi ininterrumpida. La obra más célebre del dramaturgo, novelista, poeta y ensayista irlandés Samuel Beckett (1906-1986) -Premio Nobel de Literatura en 1969-, esta vez protagonizada por Ben Whishaw y Lucian Msamati, demuestra que su visión tragicómica de la existencia puede coincidir con nuestro momento cultural.
Publica The Guardian
Por Michael Billington
Godot sigue viniendo. Una obra que en su debut en Londres en 1955 fue recibida con desconcierto y fue objeto de burla (“otra de esas obras que intentan elevar la superficialidad a significado a través de la oscuridad”, escribió Milton Shulman en el Evening Standard) ahora es un gran éxito de taquilla. La última versión de la innovadora obra de Samuel Beckett llega con Lucian Msamati y Ben Whishaw, en producción de James Macdonald, a ese templo de lujosa elegancia, el Theatre Royal Haymarket. Entonces, ¿qué ha cambiado en casi 70 años para que la obra de Beckett sea popular?
La respuesta corta sería que tanto el teatro como la cultura en general son muy diferentes ahora de lo que eran en 1955. Una cosa que Beckett nos enseñó fue que las obras no necesitan tramas espaciosas, decorados suntuosos ni múltiples personajes para captar nuestra atención: como dice Stoppard: “Beckett redefinió los mínimos de validez teatral” y Sir Tom, junto con Harold Pinter, Caryl Churchill y muchos otros, se han beneficiado de la búsqueda de caminos de Beckett. Tampoco nos sorprende ya la idea de que las obras de teatro, como la vida misma, sean inexplicables e incapaces de resolución: en todo caso, nos hemos vuelto cautelosos con los artistas, políticos y filósofos que suponen que tienen respuestas preparadas al enigma de la existencia.
Pero, ¿ha cambiado también con el tiempo la forma de escenificar Esperando a Godot? Después de haber visto una docena o más de producciones en los últimos 50 años, detecto diferencias palpables y, aunque no existe una versión definitiva, la propia producción de Beckett para el Teatro Schiller de Berlín nos enseñó mucho. Lo vi cuando lo trasladaron a la Audiencia Real en 1976 y me llamaron la atención varias cosas. Una era su énfasis en el contraste físico y el parentesco espiritual de los dos vagabundos: Vladimir era enorme, desgarbado, con dedos de paloma, mientras que Estragon tenía piernas cortas, andares de cangrejo y cara de luna, pero lucían las mitades dispares de dos trajes que intercambiaban después del intervalo. Otro rasgo llamativo fue la austera belleza de la producción: mientras los dos vagabundos observaban la salida de la luna al final de cada acto, Beckett evocaba una pintura de Caspar David Friedrich que fue una de las inspiraciones de la obra. Pero fue la gracia estoica de la producción lo que se quedó conmigo.
Las grandes obras cambian según el tiempo y las circunstancias, y una cosa que he notado es cuánto gana la versión en inglés al contar con actores irlandeses. Walter Asmus dirigió una famosa producción del Gate Theatre de Dublín que llegó al Barbican de Londres en 1999 con un elenco asombroso (Barry McGovern y Johnny Murphy como los vagabundos, Alan Stanford y Stephen Brennan como Pozzo y Lucky) que captó perfectamente la inquietante musicalidad de la obra y nos recordó de la deuda de Beckett con las obras de Synge y Yeats. Tampoco he olvidado nunca una producción de Garry Hynes que vi en el Druid Theatre de Galway en 2016. Había empezado a pensar que la obra había perdido su capacidad de impactar y sorprender, pero el silencio agonizante mientras Estragon de Aaron Monaghan luchaba con una bota recalcitrante y el pánico aterrorizado con el que Vladimir de Marty Rea veía la perspectiva de su separación realzaba el carácter trágico de la obra.
No se puede hablar de Godot sin invocar a Peter Hall, quien dirigió el estreno británico en el Arts Theatre en 1955. Nunca vi esa versión pero, según todos dicen, carecía de la sobriedad visual que es el sello distintivo de la obra. Pero sí vi las dos versiones posteriores de Hall y, en cada ocasión, hizo nuevos descubrimientos. De su producción de 1997 en el Old Vic recuerdo la ira de Vladimir de Alan Howard y Estragon de Ben Kingsley ante su interminable trampa. Aún mejor fue la versión final de Hall en el Theatre Royal Bath en 2005, donde James Laurenson y Alan Dobie como los vagabundos y Terence Rigby y Richard Dormer como Pozzo y Lucky existían en un estado de dependencia mutua que sugería lo mejor que podemos esperar, en nuestro breve existencia, es el consuelo del compañerismo.
Todavía espero con impaciencia el nuevo resurgimiento en Haymarket. La prueba para mí será si reconoce la comedia de la obra sin caer en un sentimentalismo egoísta y si captura, como lo hizo la propia producción de Beckett, la dignidad abandonada de los dos vagabundos y la capacidad humana de resistencia en un universo aparentemente sin sentido.
* Waiting for Godot en el Theatre Royal Haymarket de Londres estará en cartel hasta el próximo mes de diciembre.