Aniversario: Wilkie CollinsCreador de la “novela sensacionalista”, especie británica emparentada con la novela gótica, el folletín y el melodrama, y un antecedente culto del “true crime”, además de precursor del relato policial y de suspenso, el escritor William Wilkie Collins (1824-1889) fraguó historias de traiciones y venganzas, pasiones, engaños, herencias malditas, hijos “ilegítimos”, villanos de manual, conspiraciones, robos de identidad y asesinatos. A su modo, desafió los usos y costumbres de la época victoriana, incluido el imperialismo británico. Fue amigo de Charles Dickens, con el que escribió obras teatrales; muchas narraciones suyas se publicaron en All the Year Round, la revista literaria fundada y dirigida por Dickens. Collins escribió veintisiete novelas, sesenta cuentos y varias obras de teatro. Hoy se conmemoran los 200 años de su nacimiento.

 

Publica LA NACION

 

Por Daniel Gigena

 

En su juventud había estudiado pintura y derecho (si bien nunca ejerció como pintor ni como abogado, empleó los conocimientos adquiridos en su obra narrativa); T. S. Eliot estimó que Collins disponía de “recursos inagotables” para sus novelas. Desarrolladas con ingenio y precisión, sorprenden a los lectores con giros imprevistos y personajes complejos (en especial, los antihéroes); tienen la virtud de no aburrir. También escribió novelas de denuncia social, como La pobre señorita Finch y La túnica negra, en la que arremetió contra los sacerdotes y la religión (con otro malvado antológico: el padre Benwell). Aunque no son las más representativas de su genio, allanó el camino para las grandes novelas de Thomas Hardy. Algunos de sus cuentos figuran en antologías de literatura fantástica.

 

Se le atribuyen cuatro obras maestras: La dama de blanco (1860), que narra la historia de Laura Fairlie, una desafortunada heredera que se casa con un hombre al que no ama y a quien el oscuro conde Fosco encierra en un manicomio (se adaptó al cine y la televisión en varias ocasiones; Andrew Lloyd Webber compuso un musical); Sin nombre (1862), protagonizada por las hermanas Vanstone quienes, una vez que son desheredadas al descubrirse que son hijas de un matrimonio ilegítimo, afrontan el destino de distinto modo cada una; la intrincada Armadale (1866), con la egoísta y calculadora Lydia Gwylt como “ama y señora” de la trama, y La piedra lunar, de 1868, policial de ribetes sobrenaturales con un “diamante sagrado” cuyo robo acarrea un sinfín de desgracias, y que también fue adaptada al cine y la televisión.

 

“Gilbert K. Chesterton consideraba que era más adecuada al género policial la parquedad del cuento que la abundancia de la novela -dice a LA NACION el escritor y académico Pablo De Santis-. Pero había ‘espléndidas excepciones’: la más notable era La piedra lunar, de Collins. Al igual que La dama de blanco, su otra gran novela de misterio, el género policial es para Collins una continuación de la literatura gótica, en la que se demora una explicación racional a misterios que parecen de otro mundo. Pero lo esencial está en la voz de los personajes, que construía tan bien como Dickens, su amigo y maestro. Al igual que los de Dickens, los personajes no son solo nombres y circunstancias: están vivos, y parecen haber nacido antes de que la novela empezara. Si se hiciera un censo de los géneros literarios, se vería que la novela policial es el género más densamente poblado. Cuando la novela policial era todavía un género borroso, Collins ya se había planteado uno de los dilemas fundamentales: la memoria del lector, puesta en jaque por la inevitable proliferación de sospechosos. Dickens influyó en Collins, pero luego el discípulo marcó al maestro: siguiendo sus pasos, Dickens escribió El misterio de Edwin Drood. Fue un legado melancólico: murió sin poder terminarla”.

“La fama de Wilkie Collins vivió ascensos fulgurantes y luego caídas y más tarde bienvenidos regresos -sostiene la coreógrafa y docente Laura Falcoff, ferviente lectora de la obra de Collins-. Fue, por otra parte, el inventor de la sensation-fiction durante una época del período victoriano en la que muchas piezas de teatro y números de circo estaban destinados a provocar las emociones más intensas. En este género los tópicos rondan la insania, el robo, el asesinato, el adulterio, la seducción con fines perversos, el cambio u ocultamiento de identidades, todo esto habitualmente colocado en ambientes normales y domésticos”.

 

La producción literaria de Collins es irregular. “Escribió obras extraordinarias, otras aceptables y varias mediocres -dice Falcoff-. Entre las primeras mi preferida es La dama de blanco, construida con las sucesivas voces en primera persona de distintos personajes; cada voz trae una revelación más estremecedora que la anterior. La trama, perfecta y clara aun en sus complicadas peripecias, se sigue con el corazón palpitante. Tiene personajes superlativos: el insufrible Mr. Fairlie, ‘un manojo de nervios vestido y arreglado como para parecer un ser humano’; la valerosa Marian Halcombe, con un carácter casi masculino para los cánones de la época, y el conde Fosco, el mejor villano de la historia de la literatura. Fue tan exitosa desde el principio que pronto aparecieron perfumes, vestidos, sombreros y estilos de danza con ese nombre. Después de su muerte, la estrella de Collins se apagó, solo para reaparecer con mucho vigor en las últimas décadas”.

 

Para calmar los dolores que le casuaba una afección articulatoria, comenzó a tomar láudano y se hizo adicto al opio; en relatos y novelas, describió los efectos alucinatorios y paranoicos del consumo de esta y otras drogas. Collins murió en 1889, a los 65 años.

 

Según Borges, el escritor inglés se destacó como “maestro de la vicisitud de la trama, de la patética zozobra y de los desenlaces imprevisibles”. En Borges profesor, volumen al cuidado de Martín Arias y Martín Hadis que recopila las clases de un curso de literatura inglesa que dictó en la UBA, el autor de Ficciones define a Collins como “un maestro en el arte de entretejer argumentos muy complicados, pero nunca confusos”. La piedra lunar, publicado en dos tomos, es uno de los títulos elegidos por Borges para la colección Biblioteca Personal.