Julio CortázarPublicado en 1974, Octaedro reúne, como su propio título indica, ocho historias disímiles que, sin embargo, podrían ser partes integrantes de una totalidad, las caras de una misma figura. Cuando parecía que Julio Cortázar lo tenía difícil, después de una serie de libros y cuentos magistrales, fue capaz de deslumbrar de nuevo a sus lectores con unos relatos no ya de altísima calidad, sino renovadores de un género que se juzgaba ya casi sin vías posibles de cambio y ampliación. Ocho cuentos en los que, fijando sus obsesiones personales y las que surgen del tiempo que le tocó vivir, se muestra una multiplicidad evidente de temas, estructuras y modos de lenguaje. El lector se va a encontrar, a la vez, con aburridos matrimonios y con amores ardientes; con viajes e itinerarios tan usuales y cotidianos como con otros que son claramente violentos e impetuosos; desde misterios y enigmas literarios y existenciales hasta momentos tan mundanos y conmovedores como son la pena y el llanto ante el dolor y la soledad. Son las caras diferentes de un poliedro dibujado con un lenguaje que se ciñe a la naturaleza propia de cada relato, y donde es capaz de encontrar esa difícil unidad que nace de lo diverso. Esta capacidad es la que concede excepcionalidad a este volumen de relatos imprescindibles.


La polivalencia del enigma: el desafío de Octaedro, de Julio Cortázar

Por Antonio Ortega

Los cuentos que componen Octaedro actúan a modo de agentes instigadores ante un lector que trata de entender sus significados. Cortázar no deja ninguna duda sobre sus intenciones y las de sus historias, alentando al lector a hacer frente a diferentes cuestiones, entre ellas a las pérdidas producidas por la soledad, la nostalgia y la vida. Las sorpresas propias de cada historia y sus conectividades, crean una especie de juego de ansiedad en cada lector: ¿qué curso tomará el relato, la historia, en el siguiente párrafo? ¿qué algo más hay que no hayamos alcanzado a entender? Tomemos como ejemplo Liliana llorando, donde el narrador nos presenta cómo sería el antes y el después de cada personaje tras su muerte para, en seguida, hablar de un presente tan poético como imaginativo. Cada uno de nosotros en nuestro propio lecho de muerte, viviendo y tratando de saber cómo sería el/nuestro sufrimiento en esos momentos finales en los que todavía alcanzamos a respirar.

Historias que, entre lo irreal y lo fantástico, tratan de transformar lo abstracto en concreto a través de los deseos de cada personaje. La figura del octaedro viene a sugerir el juego que permite mostrar una misma situación desde diferentes ángulos, uno para cada uno de los relatos, allí donde aparecen esos temores que cualquier persona asume y reconoce dentro de una rutina ordinaria totalmente realista. Como en Verano, donde se da fuerza y presencia a esas pequeñas conexiones que, desde el subconsciente, nos hacen escuchar voces en la noche o, incluso, ver las sombras que pasan por la puerta cuando el sueño no viene, algo impalpable que causa la impotencia de sus personajes ante lo desconocido. Es la ampliación de lo cotidiano por medio de “lo otro”. Lo cotidiano visto casi a través de los ojos de un niño y de una percepción adulta en Manuscrito hallado en un bolsillo, donde se exploran los pequeños detalles que se ven reflejados en una ventana del metro, en un juego con los cambios y las posibles interpretaciones de las imágenes vistas durante un viaje único. Las reflexiones que fluyen entre una estación y otra mientras los personajes reviven unos recuerdos distantes, pero a la vez, palpables y casi táctiles. En Ahí pero dónde, cómo, el relato de dos voces en una sola es su gran atracción, como un homenaje a la muerte del cuento o una especie de negación de su propio formato. La referencia que cita el famoso cuadro de Magritte (Esto no es una pipa) muestra su intención desde el inicio, con una historia ambivalente y condenada a un fin prematuro. En Las fases de Severo, la polivalencia del enigma, es casi una repetición temática de la historia que abre el libro, donde hay, sin embargo, un punto de vista diferente sobre el mismo tema: la enfermedad. Esta enfermedad, que es el tema principal y que está expuesta de forma totalmente dramática, toma un rumbo imprevisto al ser descrita desde situaciones llenas de humor.

Rompiendo y quebrando la linealidad y el formato tradicional del relato corto, Cortázar entrega a los lectores una suerte de desafío, no sólo mental, sino también de lectura. Lejos del laberinto habitual de las costumbre, su capacidad creativa recrea y levanta ese pequeño universo que existe en cada uno de sus personajes, de esos exploradores del infinito que son los seres humanos. Este volumen de cuentos nos muestra a Cortázar en un nuevo momento de su creatividad. Con un mínimo de elementos formales, todos los cuentos parten de un núcleo central que nos lleva a situaciones poco comunes dentro de la existencia humana, universos aislados y solos, rodeados de fuerzas acaso amenazadoras, acaso misteriosas. De pronto, de repente, en el día a día de la realidad más familiar o cotidiana, más banal, aparece o se introduce lo insólito. Asistimos a la desintegración y lenta descomposición del mundo exterior, a la llegada de lo extraño. Son cuentos que se rebelan contra la lógica implacable y la coherencia aparente, contra la claridad pragmática del mundo para introducirnos e implicarnos en lo fantástico: lo real es interpretado como algo inseparable de lo imaginario, haciéndonos reconocer la existencia de otra realidad, de otro orden de cosas del que poco llegamos a saber o que desconocemos. Lo que finalmente alcanza a conseguir Cortázar en este impresionante libro, es crear nuevas leyes para interpretar la realidad de nuestra existencia, nuevas leyes contra el determinismo y la alienación que nos impone la vida cotidiana.



Ficha:

Julio Cortázar
Octaedro
Editorial Alfaguara. Biblioteca Cortázar
Madrid, 1997