Concha GarcíaUna cosa es inventar y otra crear. Nunca como hasta hoy en día la invención y la técnica han sido tan pujantes, ni nunca antes han tenido tanto poder: sus proezas y descubrimientos son sorprendentes incluso para aquellos que las conciben, y su rapidez, ingenio y dominio son evidentes también para quienes no quieren verse afectados por sus resultados. Parece que los límites en retroceso del universo amenazaran la sustancia y la esencia misma del yo, del individuo, el secreto mismo del hombre, pues lo virtual prima en nuestras jornadas sin fin y sin relieve. Ante el abismo y la oscuridad difusa de un ensimismado presente científico y productivo, en el que “encontrar es producir”, George Steiner declara, en Gramáticas de la creación, la necesidad de recuperar precisamente eso, una gramática entendida como “la organización articulada de la percepción, la reflexión y la experiencia; la estructura nerviosa de la conciencia cuando se comunica consigo misma y con otros”. Frente a esa especie de separación entre el ser y el no ser, la articulación y las formas del mundo reclaman la presencia activa de la creación, puesto que, siguiendo de nuevo a Steiner, “el creador supera al inventor”, aun sabiendo que esa misma creación debe mucho a los procedimientos de combinación que hacen que la ciencia y la técnica avancen. Sin embargo, el aliento creativo es otro, parte de otras premisas y otras fuerzas de empuje. Su lógica es su libertad, ante una ciencia que es “ontológicamente indiferente”.


El extraño mecanismo de lo cotidiano


Por Antonio Ortega

Esto es lo que lleva a cabo Concha García (La Rambla, Córdoba, 1956) en la brillante y generosa madurez de Acontecimiento, recuperar la energía del acto de crear, restituir su espacio a una conciencia que tiene voz y habla, levantar un no-lugar en el que es posible “el presentimiento de que la voz/ sea la cosa que me dice”. Las palabras son resistentes, el lenguaje no es un artificio ilusorio, y la percepción no es un acto tosco e inocuo. El poema se escucha a sí mismo, y ese es uno de los secretos de toda verdadera poesía: hace visible lo que antes no lo era, aquello que todavía está fuera del lenguaje: “Cuando puedes prescindir en el poema/ de tu amor, de la persona que idealiza/ ese amor, cuando puedes decir que el mundo/ es preguntado en lo que se esconde y reconoces/ los agujeros de la claridad, cuando/ puedes hablar no en boca de tu pasión/ sino desde su desprendimiento,/ entonces dices”. Ahí es donde tiene lugar el acontecimiento, eso que nos devuelve a la vida. La existencia surge en lo que acontece, en eso inesperado que no percibimos como tal, pues cada momento es un acontecimiento en nuestra propia realidad. La existencia entonces, reclama su naturaleza de acontecimiento, su sucesión constante, su densidad real. Y ante esa realidad densa y caótica, es necesario dar cuenta del “extraño mecanismo de lo cotidiano”, recuperar el tiempo escaso de vidas ordinarias, dar cabida a todo lo que transforma nuestra conciencia. Lo que se vive, “enhebra la existencia”. En la quiebra de lo cotidiano la realidad se desmenuza, se desencuadra en el acontecimiento del poema. Aquí no hay florilegios, ni retóricas, el poema relata un acontecimiento cotidiano que de  pronto llama a la extrañeza, pues “luchar contra la llaga,/ contra la permanencia de lo que se sabe,/ desvela/ la indescriptible sed de navegar”.

La realidad se bifurca y se amplía, y en ese choque se hace múltiple, eje de varias versiones. No en vano, la propia Concha García al hablar de este su último y extraordinario libro, cita unas palabras de Rilke que definen con precisión su empeño: “Las cosas no son nunca tan aprehensibles y concebibles como se nos querría hacer creer casi siempre, la mayor parte de los acontecimientos son indecibles, se producen en el seno de un espacio en que jamás ha penetrado la mínima palabra”. La evidencia de las intuiciones, presentimientos y presagios, se muestra clara cuando alcanzamos a saber que “la vida era algo apretado/ que se reducía al instante”. Queda entonces el errabundeo, ese no encontrar un lugar, el viaje. Y ese ir hacia un no-lugar es la potente metáfora de este libro. De ahí la búsqueda de un yo que se hace otros y otras sus miradas, en un declarado y maduro juego de un sujeto poético que va a otros lugares, que intercambia las miradas y que se desdibuja. Esa es otra de las metáforas que este libro necesario levanta: somos criaturas con una sed inextinguible, seres que quieren volver a un lugar que nunca conocieron: “Ah, la razón/ que ordena los lugares donde no se habita”. Todos somos emigrantes y extranjeros, desarraigados. Y desde ahí nacen esos pequeños momentos e instantes de conciencia que nombran el mundo, que modifican la trama que dibuja el desorden de lo real.

El relato visible de Acontecimiento está poblado de sueños y sensaciones de una infancia y de una memoria arrebatadas; de una sucesión de espacios y de tiempos imaginados; de sentimientos de pérdida y de reencuentro; del viaje del amor y el milagro del cuerpo; del desasosiego del paso del tiempo; de las experiencias y vivencias de otros lugares del mundo; en definitiva, de la búsqueda de un lugar. Pero todo aparece y se muestra desmenuzado, fuera de su encuadre, como en el desasosiego de las grandes ciudades, cuando queda “sólo la penosa tranquilidad, el simulacro”. Los poemas se caen de su propio título, del marco de su encuadre, y la suma de los títulos de los poemas es, a la vez, un relato que tiene su propio esquema. El libro está lleno de imágenes que trascienden, más allá de lo propio y particular. La suya es una profundidad que define una vida entera. Como también es definitorio el modo de su desarrollo poético, esa doble articulación del libro: una primera parte de poemas fragmentarios, alejados de una realidad lineal, organizada y figurada, esa que ordena de acuerdo a una lógica discursiva; y una segunda parte final que, en una especie de lucha de fuerzas, se hace entonces narrativa y más extremada en esa búsqueda de unión. Aparece entonces claro ese deseo de trasladarse, de salir de un centro, de alejarse de ese yo que parecía serlo todo, e ir hacia algo que se hace abierto, generoso y soleado: “Lo único que falta por ocurrir/ es que concluya de una vez la tarde. Se verá cuando/ no sea necesario descorrer la cortina”. Algo así como poner orden en una nevera. Algo así como una voz, veraz, que habla. Una conciencia que, igual que este gran libro, todo lo sumerge y lo transforma.


 

Ficha:


Acontecimiento
Concha García
Tusquets. Barcelona, 2008
130 páginas

 

Esta reseña apareció originalmente publicada en la revista El crítico