Bruno SchulzEn 1993 Ediciones Siruela publicó el conjunto de la narrativa –mas un ensayo– de Bruno Schulz (1892-1942) bajo el título: Bruno Schulz, Obra Completa (y en 2008 esta misma editorial presentó Madurar hacia la infancia. Relatos, inéditos y dibujos). Maldoror ediciones publicó, por su parte, una nueva edición de esos textos –divididos en varios volúmenes y sujetos a una nueva y excelente traducción– completándolos con los Ensayos críticos –inéditos en España–, de los que da cuenta esta nota. Este acercamiento a Schulz desde la vertiente ensayística ilumina su obra sin revelar (ni abandonar) el misterio que toda palabra poética significa. Es el mismo autor quien –de manera indirecta– elabora algo parecido a una hermenéutica de su obra, en parte mediante los escasos textos referidos a su propia narrativa, y sobre todo por lo que de él descubre su precisa –y clarividente– mirada de lector. Un puñado de textos justifica sobradamente la necesidad de este libro: la teoría poética de Schulz –y cierta concepción del mundo que ella encarna– está inscrita en estos ensayos.

  

En el taller de los escritores y eruditos polacos

 

Por Javier Almodóvar

 

    Se ha dicho de Schulz (como de sus colegas Witkiewicz y Gombrowicz) que era un “demiurgo de la forma”. Es posible, aunque a estas alturas las rémoras que se han adherido al casco de esa palabra han acortado sustancialmente su alcance significativo. Al referirse a Schulz es preferible hablar de sentido. Así lo deja ver en La mitificación de la realidad: “Lo esencial de la realidad es el sentido. [...] Las antiguas cosmogonías expresaban esto con la sentencia: “En el principio fue el Verbo”. Lo que no es nombrado no existe para nosotros. [...] De ahí esa tendencia en ella [la palabra] a regenerarse, a retoñar, a completarse para regresar a su sentido entero. La vida de la palabra consiste en que tiende hacia miles de combinaciones”. O razonando lo mismo de otra manera: es muy probable que la palabra anteceda al sentido, y por lo tanto se impone la necesidad de experimentar sus formas diversas si se quiere llegar a algún tipo de conocimiento. La forma es, de este modo, el escenario en el que se desarrolla esa investigación, y es, al mismo tiempo, una ofensiva en toda regla contra los usos positivistas del lenguaje: esos que pretenden alcanzar el conocimiento mediante la fragmentación del sujeto en feudos aislados –y lo que es aún peor, inconexos– de estudio. Así lo reclama: “[...] donde contesta el derecho exclusivo del demiurgo a la creación y vislumbra el proceso de creación de la vida según métodos heréticos y perversos”.

    Es en este contexto en el que ha de analizarse el significado del mito en Schulz –asunto central en su obra–. El mito ha de entenderse en el sentido más literal y literario a la vez: es la leyenda simbólica cuyos personajes representan fuerzas de la naturaleza o aspectos de la condición humana. El mito es eso que está en el origen y en los alrededores de la cultura dominante. El término, en boca de Schulz, ha de tratarse como un instrumento de exploración de lo originario, de lo periférico, de lo primitivo, al servicio de una reunificación ontológica: "Porque una biografía que tiende a expresar, de la manera más aguda, su significación espiritual, toca el mito". Sin embargo, en esa revisión del orden establecido que supone toda vanguardia, Schulz reconoce válida una verdad tan recurrente en cada poética como insólita fuera de ella: que el inmenso lugar que ocupa el tiempo en lo cotidiano es un obstáculo para acceder al sentido de la palabra. Así se justifica la anexión de ese vasto territorio y su colonización por la imagen y la música –las categorías más vigorosas del lenguaje–. Su obra crítica representa, en última instancia, un esfuerzo por penetrar en la significación profunda de las manifestaciones de esas categorías en el ámbito de la literatura de su tiempo –sobre todo centroeuropea– sin perder de vista los lenguajes colindantes –el psicoanálisis, la física, el signo matemático, la biología– con los que la literatura necesariamente ha de convivir y que –de alguna manera– facilitan la medida de su audacia. Pero en sus análisis literarios también se distingue con claridad la preocupación por el ser humano que habita el texto, que se mueve –a tientas– dentro del relato; capaz, por el tamaño de su protesta, de dar cuenta de la anchura de lo trascendente; de apuntar la autoridad de lo minúsculo sobre un destino que se suponía invencible; de contribuir a la cartografía que determina el curso de la vasta red de pequeños cauces que abastece de energía –a costa de su propia disolución– a las corrientes sociales.

    Aquí y allá, al buscar el componente humano en la oscuridad del fondo abisal de los relatos, Schulz se encuentra con la sombra de Proust. El entusiasmo por Ferdydurke –de su colega Gombrowicz– es el de un hombre que ha encontrado a ese otro que por primera vez ratifica su descubrimiento mediante un experimento alternativo, un descubrimiento, aquí, de índole moral. Gombrowicz preocupado por la fuerza vital y creadora del reverso de la cultura, Schulz por la gangrena espiritual causada por la nueva maquinaria social que metamorfosea al hombre en maniquí. Gombrowicz descubre las inmensas reservas creativas que están confinadas en “la cloaca de la inmadurez, el ámbito de la vergüenza y la humillación, de la imperfección y lo defectuoso, [...] todas esas cosas para las que no existen nombres en el lenguaje cultivado”. Para estimular y revitalizar un imaginario extenuado, para habilitarlo en la tarea de recuperar las  partes amputadas del hombre, ambos proponen recurrir a nutrientes excluidos del dominio de la cultura: una infancia primaria, ingenua, liberada, mítica: "los elementos de una palabra mítica surgen ahí de la región oscura de las primeras imaginaciones infantiles, de los presentimientos y temores que en el despertar de la vida son la cuna del pensamiento mítico".

    Al comparar la talla del pensamiento y la expresión de Schulz con el horror que le trajo la muerte –eso que Hannah Arendt llamó la  banalidad del mal–, uno siente la presencia cercana de algo terrible como eso que de manera tan lúcida expresó Steiner: “No hay demostración alguna de que los estudios literarios hagan, efectivamente, más humano a un hombre”.


 

Ficha:

 

Ensayos Críticos
Bruno Schultz
Maldoror ediciones. Vigo, 2004
146 páginas.