Nuevas MetamorfosisLa metamorfosis es el cambio de algo en otra cosa, o la mudanza de un estado a otro. Es uno de los grandes temas de la mitología y de la literatura: cuando la imaginamos, en general, el cambio es de un ser humano que metamorfosea en animal, en vegetal, incluso en mineral: Gregor Samsa a enorme cascarudo, la ninfa Dafne convertida en laurel para escapar del deseo de Apolo, la mujer de Lot condenada a ser una estatua de sal. Ovidio señala, además, que las metamorfosis suelen ocurrir después de un castigo, o en el momento de escapar. En La glándula de Ícaro, el volumen de cuentos de 2013 de Anna Starobinets, recién editado en español por Impedimenta, el subtítulo “El libro de las metamorfosis” piensa esa transformación en otro sentido: el dejar de ser humano para deshumanizarse, pero lejos de la metáfora y de la naturaleza. En estos cuentos, las personas, habitantes contemporáneos de Moscú, devienen en variedades de lo humano mediante la intervención de la tecnología, la cirugía y la burocracia, que en todos los casos tienen la fuerza de autoridad de un monarca absoluto, implacable y sordo.

 

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Por Mariana Enriquez

 

El cuento del título, que abre el libro -después de un notable prólogo de la escritora española Laura Fernández- comienza con una mujer que acaba de descubrir, después de revisarle el celular, que su marido la engaña. Como hacemos todos, busca consejo, desahogo y ayuda en las redes sociales, donde encuentra, además, una posible solución. Igor, el marido infiel, se viene resistiendo a una cirugía que ya es obligatoria en Europa y aún optativa en Rusia: la extirpación de la glándula de Ícaro. Se trata de un órgano (ficticio) que se considera peligroso porque, en los varones, secreta una suerte de instinto de depredación y un ansia de aventura. Después de peleas, el marido decide someterse al tratamiento, sobre todo porque adora la vida con su hijo pre-adolescente, Liebre. Lo imaginado sucede: la operación no sale bien, aunque no es un fracaso. Sencillamente, le ha quitado a Igor ¿qué? ¿El alma? ¿Su masculinidad tóxica que, al final, lo hacía complejo, brutal pero sensible? El final desgraciado anuncia un futuro inerte.

 

Starobinets, además, plantea estos mundos con los desperfectos típicos de sociedades como la rusa, o como la argentina: cirujanos chantas, efectos secundarios que nadie difunde, ilusiones que suenan genial en papel o en un foro de internet pero se hacen pedazos contra la realidad. Como le sucede al escritor que se gana una residencia creativa en “Siti”, la ciudad deseada por todo el planeta que exige una exigente visa para entrar, y donde la vida es pura paranoia porque las autoridades lanzan “controles” sin avisar. Una ciudad que, además, no tiene interés por el resto del mundo, y que canibaliza a los extranjeros. Starobinets cuenta que tomó como base del relato su primer viaje a Nueva York, que la decepcionó, y donde además la pasó pésimo, personal y profesionalmente: por ejemplo, a su charla en un festival, planeada para doscientas personas, vino una sola, un señor que andaba deambulando por ahí, medio trastornado. “El lazarillo” satiriza el mundo de los productores, las series y el contenido audiovisual; “La frontera” es un ejemplo de relato de ciencia ficción de horror, con un viaje en el tiempo promocionado por una empresa sin sede real que, cuando le falla el sistema, abandona a sus clientes entre siglos. “Delicados pastos” plantea el infinito cambio de cuerpo con la mudanza de la conciencia, como en un relato de Philip K. Dick, pero con una nostalgia de lo humano y un lenguaje poético que recuerda al Ray Bradbury de “Vendrán lluvias suaves”.

 

Los mejores relatos, sin embargo, son “El parásito” y “Spoki”. En todos, y es para tener en cuenta, las fuerzas de las corporaciones y la burocracia que cambian a las personas definitivamente nunca dan respuesta. No hay a quien llamar, no hay quien responda, o la respuesta, cuando llega es categórica e incuestionable.

 

“El parásito” es la historia de Pavel, un chico enfermo terminal, sin familia, a quien someten a una serie de procedimientos para probar si es posible metamorfosear a una persona de la misma manera que una oruga se transforma en mariposa. Es resultado es de una belleza terrible: el cuento, con sus aspectos religiosos y un clima de fervor, recuerda al relato de un martirio medieval y también a La mosca. Spoki es una novela corta en la que Zhena, una artista joven, madre soltera, acepta de malhumor la compra de una consola-niñera, una tablet con software personalizado que cuida de su hija. La cuida, pero también la estimula, hasta puntos en los que la niña, al principio frágil y dulce, se convierte en un implacable dios doméstico. Cuando Zhena sale a la calle a buscar un software ilegal que comprará a vendedores ambulantes, recuerda esas escenas de los primeros 2000, cuando en las mantas callejeras se vendían discografías y videojuegos piratas en CD. Los cuentos, sin embargo, no son anticuados, solo que, en diez años, la realidad se acercó demasiado a la visión de Starobinets.

 

Llamada la reina del terror rusa y esos títulos de nobleza que nada explican, Anna Starobinets, que tiene 47 años, publicó un libro de ciencia ficción a los 24, lo que le granjeó críticas en los círculos rusos, donde el género es muy prestigioso y el camino para volverse un escritor respetable está claro: se empieza en revistas especializadas, se estudia a Zamiatin y a los hermanos Strugatski, y recién entonces se permite la visibilidad. Ella rompió con esa tradición, se hizo famosa con cuentos de ficción oscura, terror y ciencia ficción -quizá podríamos decir weird pos-soviético-, trabajó como periodista y publicó relatos infantiles. Niña comunista, perdió la fe en el sistema cuando era adolescente, y pasó toda su vida en Moscú. En 2021, sin embargo, empezaron los problemas. Antes de eso, las críticas y objeciones a su trabajo y opiniones eran tolerables, dice.

 

 Cuando publicó Tienes que mirar, un libro autobiográfico sobre su embarazo de un bebé con problemas de salud incompatibles con la vida, se desató un escándalo. Starobinets escribió sobre el sistema asistencial ruso, que no contempla las necesidades de cuidado de las mujeres que, como ella, no quieren abortar y desean llevar a término un embarazo de riesgo. La denuncia de la violencia obstétrica la llevó a ser acusada de traidora: sin embargo, en 2017, los libreros rusos le dieron el premio nacional. Ese mismo año murió muy joven su marido, el escritor Alexander Garros. Después de la pandemia, de la censura de sus libros para chicos y de un largo bloqueo depresivo, decidió mudarse con sus hijas a Georgia, el país elegido para el exilio por muchos rusos, especialmente varones, que huyen del reclutamiento forzoso para luchar en la guerra con Ucrania. En una entrevista con El Diario.es, Starobinets dijo: “En diez años perdí un embarazo, un marido y un país. Soy otra”. La metamorfosis de la que escribió la tocó de cerca y, como ella imaginaba, no es un tierno cuento de hadas sino un abismo cotidiano e histórico, un vértigo posible.