Freud y Kafka ante la leyJacques Derrida, uno de los filósofos más importantes del siglo XX, hace su propia lectura de “Ante la ley”, texto clave de Franz Kafka y de la literatura moderna. Tomado de Prejuicios, la novedad de Mardulce editores.

 

Freud y Kafka ante la ley

 

Por Jacques Derrida

 

Freud (Kafka era, como saben, un gran lector de Freud) inventó el concepto, si no la palabra, de “represión”, para dar respuesta a la pregunta sobre el origen de la Ley moral. Esto ocurría antes de que Kafka hubiese escrito Vor dem Gesetz, en 1919 (pero esta relación no tiene interés para nosotros), y veinticinco años antes de la Segunda Tópica y la teoría del Súper-Yo. Aparece ya en las cartas a Fliess, en las que Freud habla de presentimientos y de premoniciones, con una especie de fervor inquieto, como si estuviese a punto de alcanzar alguna revelación: “Otro presentimiento me dice, como ya lo sabía (el subrayado es mío), a pesar de que de hecho no sé nada, que voy a descubrir pronto la fuente de la moralidad” (Carta 64, 31 de mayo de 1897). Continúa con algunos sueños y, cuatro meses más tarde, en otra carta declara la convicción de que no existe en el inconsciente “indicio alguno de realidad”, de tal forma que es imposible distinguir una de otra, la verdad y la ficción investida por el afecto” (Carta 69, 21 de septiembre de 1897). Algunas semanas más tarde, otra carta: “[...] Después de los horribles dolores del embarazo de estas últimas semanas, he parido a un nuevo cuerpo de conocimiento. Algo realmente nuevo, por así decirlo; se había presentado a sí mismo y retirado de nuevo. Mas esta vez, se quedó y vio la luz del día. Es bastante curioso que tuviese el presentimiento de estos acontecimientos hace tiempo. Por ejemplo, te escribí durante el verano que iba a encontrar la fuente de la represión sexual normal (moralidad, pudor, etc.) y durante bastante tiempo no lo conseguí. Antes de las vacaciones te comenté que mi paciente más importante era yo mismo; y más tarde, repentinamente, después de las vacaciones, mi autoanálisis –del cual no tenía entonces ningún indicio– comenzó de nuevo. Hace ya algunas sema- nas tuve el deseo de que la represión fuese reemplazada por la cosa esencial que se encuentra detrás (el subrayado es mío), y esto es de lo que me ocupo actualmente”. Freud se introduce entonces en consideraciones sobre el concepto de represión, sobre la hipótesis de su origen ligado a la posición vertical, dicho de otro modo, a cierta elevación. El paso a la posición erguida eleva al hombre, quien distancia entonces el olfato de las zonas sexuales, anales o genitales. Este distanciamiento ennoblece la altura y deja huellas al postergar la acción. Demora, diferencia, elevación ennoblecedora, desviación del olfato lejos del hedor sexual, represión, esto constituye el origen de la moral: “Por decirlo duramente, la memoria apesta, así como apesta un objeto material. Así como desviamos con repugnancia nuestro órgano sensorial (cabeza y nariz) ante los objetos hedientes, el preconsciente y nuestra conciencia se desvían de la memoria. Esto es lo que llamamos represión. ¿Qué ocurre con la represión normal? Una transformación de la angustia liberada como rechazo psíquicamente ‘unido’, es decir, que aporta el fundamento afectivo de una multitud de proceso intelectuales, tales como moralidad, pudor, etc. Todo el conjunto de estas reacciones se efectúa a expensas de la sexualidad (virtual) en vía de extinción”.

 

A pesar de la pobreza inicial de esta noción de represión, vemos que el único ejemplo de “proceso intelectual” que da Freud es el de la Ley moral o el pudor. El esquema de la elevación, el movimiento hacia lo alto, todo aquello que indica la preposición sobre (über) es tan determinante como el esquema de la purificación, de la desviación de lo impuro, de las zonas del cuerpo que huelen mal y que no hay que tocar. La desviación se hace hacia lo alto. Lo alto (por lo tanto, lo grande) y lo puro es lo que producirían la represión como origen de la moral; es lo que en términos absolutos vale más. Esto se precisa en Esbozo de una psicología científica, y más tarde en otras referencias al Imperativo Categórico y al cielo estrellado sobre nuestras cabezas, etcétera.

 

Desde el comienzo, al igual que otros, Freud quería escribir una historia de la Ley. Estaba sobre la pista de la Ley, y cuenta a Fliess su propia historia (su autoanálisis, según dice), la historia de la pista que sigue tras la ley. Olfateaba el origen de la Ley y, para esto, tuvo que olfatear el olfato. Reunía en suma un gran relato, asimismo un autoanálisis interminable, para relatar, para dar cuenta del origen de la Ley, dicho de otro modo, del origen de aquello que, escindiéndose de su origen, interrumpe el relato genealógico. La Ley es intolerante respecto a su propia historia, interviene como un orden absoluto y desligado de toda procedencia. Aparece como aquello que no aparece como tal a lo largo de una historia. En cualquier caso, no permite ser constituida por historia alguna que pudiese dar lugar a un relato. Si hubiese historia, esta no sería ni presentable ni relatable.

 

Freud lo había sentido, tuvo olfato para ello, incluso lo había, como dice, “presentido”. Y se lo relata a Fliess, con el cual tuvo una inenarrable historia de olfato, hasta el final de su amistad marcada por el envío de una última postal de dos líneas.1 Si hubiésemos continuado en esta dirección, tendríamos que hablar asimismo de la forma de la nariz, prominente y puntiaguda. Se habló mucho de ese asunto en los salones de psicoanálisis, pero quizá no se le dio suficiente importancia a la presencia de pelos que no siempre se esconden púdicamente en el interior de la nariz, hasta el punto de que en ocasiones es necesario cortarlos.

 

Si ahora, sin tener en cuenta relación alguna entre Freud y Kafka, se sitúan ustedes Ante la ley, y ante el guardián de la puerta, el Türhüter; y si acampan ante él, como el campesino, y lo observan, ¿qué es lo que ven? ¿Qué detalle, si puede ser llamado así, les fascina, hasta el punto de aislarlo y seleccionarlo? La abundancia del ornamento piloso, sea natural o artificial, alrededor de las formas puntiagudas, sobre todo en la extremidad nasal. Oscuro lugar, la nariz viene a simbolizar esa zona genital que siempre es representada por los colores oscuros, aun cuando no sea siempre oscura. Por su situación, el campesino no conoce la Ley, que siempre es Ley de la ciudad, Ley de las ciudades y de los edificios, de las edificaciones protegidas, de las rejas y de los límites, de los espacios cerrados por puertas. Por lo tanto, se sorprende ante el guardián de la Ley, hombre de ciudad y lo observa: “El campesino no pensaba encontrar tantas dificultades; creía que la Ley debería ser accesible a todo el mundo y en todo momento, pero cuando miró con más detenimiento al guardián enfundado en su abrigo de pieles (in seinem Pelzmantel: el ornamento piloso artificial, el de la ciudad y el de la Ley, que va a añadirse a la pilosidad natural), su gran nariz puntiaguda (seine grosse Spitznase) y su barba larga, fina y negra (den langen, dünnen, schwarzen tatarischen Bart) al uso de los tártaros, resolvió que lo mejor sería esperar (literalmente: resolvió preferir esperar -entschliesst er sich, doch lieber zu warten, bis er die Erlaubnis zum Eintritt bekommt–), hasta que tuviera permiso de entrar”.

 

La escansión de la secuencia es muy clara. A pesar de tener la apariencia de una simple yuxtaposición narrativa y cronológica, la continuidad misma y la selección de las notaciones inducen a una inferencia lógica. La estructura gramatical de la frase nos hace reflexionar, pero, en cuanto (als, como, en el momento en que) el campesino observa al guardián, su gran nariz puntiaguda y la abundancia de pelo negro, decide esperar. Ante el espectáculo de algo que es puntiagudo y piloso, ante la abundancia de un bosque negro alrededor de una cabeza, de una punta o de una extremidad nasal, pero una consecuencia extraña y al mismo tiempo sencilla (diríamos uncanny, unheimlich), el hombre se decide. ¿Decide renunciar a entrar, tras parecer decidido a ello? En absoluto. Decide no decidir todavía, decide no decidirse, se decide a no decidir, aplaza, retrasa, esperando. Pero, ¿esperando qué? ¿El “permiso para entrar”, como así lo dice? Pero, como ya se habrá observado, este permiso le ha sido rechazado bajo el modo del aplazamiento: “Tal vez, pero por ahora no”.

 

Esperemos nosotros también. No crean que insisto en este relato para despistarlos o hacer esperar, en la antecámara de la literatura o de la ficción, un tratamiento propiamente filosófico sobre la cuestión de la Ley, sobre el respeto ante la Ley o sobre el imperativo categórico. Aquello que nos detiene ante la Ley, como al campesino, ¿no es también aquello que nos paraliza y nos retiene ante un relato, su posibilidad y su imposibilidad, su legibilidad y su ilegibilidad, su necesidad y su prohibición, y también la repetición de la historia?

 

De entrada, eso parece mantenerse en el carácter esencialmente inaccesible de la Ley, en el hecho de que un “introducirse” se halla excluido. En cierta forma, Vor dem Gesetz es el relato de esta inaccesibilidad, de esta inaccesibilidad al relato, la historia de esta historia imposible, el mapa de este trayecto prohibido: no hay itinerario, no hay método, no hay camino para acceder a la Ley, a aquello que en ella tendrá lugar, al topos de su acontecimiento. Tal inaccesibilidad extraña al campesino en el momento en que mira, en el instante en que observa al guardián, quien es a su vez el observador, el celador, el centinela, la imagen misma de la vigilancia, podríamos decir la conciencia. La pregunta del campesino trata del camino de acceso: ¿la Ley no se define precisamente por su accesibilidad? ¿No es, no debe ser accesible “siempre y para cada uno”? Aquí cabría desplegar el problema de la ejemplaridad, especialmente en el pensamiento kantiano del “respeto”: este no es más que el efecto de la Ley (subraya Kant), resulta tan solo de la Ley, y no comparece en derecho más que ante la Ley, no se dirige a las personas sino en la medida en que estas reflejan el hecho mismo de que una Ley puede ser respetada. Por lo tanto, no se accede jamás directamente ni a la Ley ni a las personas, no se está jamás inmediatamente ante ninguna de estas dos instancias, y el rodeo puede ser infinito. La universalidad misma de la Ley desborda toda finitud y por lo tanto corre ese riesgo.

 

 

1- Fliess había publicado en 1897 un libro sobre Las relaciones entre la nariz y los órganos sexuales femeninos. Otorrinolaringólogo, tomaba mucho en cuenta, como sabemos, la especulación sobre el olfato y la bisexualidad, la ana- logía entre mucosas nasales y mucosas genitales, tanto en los varones como en las mujeres, y también la influencia de las mucosas nasales y el ritmo de la menstruación.

 

Traducción de Luciana Bata.