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Publica El País (Uruguay)

El balcón secreto de Felisberto

Por Daniel Morena

En una carta al poeta Jules Supervielle dice haber hecho y rehecho miles de veces "La casa inundada". En el epistolario a dos voces Felisberto Hernández y yo, su compañera sentimental Paulina Medeiros lo recuerda llegando al café "con una libreta de manuscritos que corregía y rehacía infinitas veces". No es imposible que Felisberto reescribiera los cuentos aun después de publicados.

Su fervor artístico por la palabra lo llevó a una orquestación propia del signo. Llegó a crear un sistema taquigráfico que le permitía trasponer la evocación de recuerdos de forma fluida, nítida, intentando eludir o minimizar el imperativo de la conciencia. Sus relatos son una trampa al tiempo. Pasan tantas cosas, o tantas cosas son enunciadas de forma diversa, que el carácter del lenguaje queda formulado en un nuevo compartimento, cumpliéndose la recreación cuaternaria de la memoria de que hablara Louise Labé: en un primer plano suceden los hechos; en segundo lugar, el autor de los hechos intenta remedarlos, revivir la experiencia, pero en vano; el tercer punto consiste en escribirlos, de la forma más fiel posible; el cuarto grado —sucede o no— se vive a los muchos años, cuando el autor relee lo escrito y consigue situarse en el pasado. Para el caso, no cuesta imaginar a Felisberto materializando su niño, recobrando el tiempo cuando tocaba el piano en lo de su profesora Celina, al repasar los manuscritos de su relato "El caballo perdido" o cruzando Los Andes a pie al remover las Tierras de la memoria.

CARTAS DE TONO VARIADO

Pasado el medio siglo de la muerte de Felisberto (2014) hay obra que permanece inédita y que una rama de la familia atesora. Previsiblemente, también cartas.

Se puede fechar el inicio del corpus epistolar conocido hacia el año 1922. Desde entonces y por un arco de tiempo que se extiende hasta 1954 Felisberto se carteó con su madre, con su familia, con Lorenzo Destoc, con su segunda esposa Amalia Nieto, con Paulina Medeiros, con el poeta Jules Supervielle y con su cuarta esposa Reina Reyes. Las cartas son de tono variado y pueden pasar del humor a la angustia en dos líneas, como los relatos. Encabeza de forma lúdica algunas cartas a la madre, aniñado, y de inmediato despliega el misterio en el que cree ciegamente. A partir de ese misterio "que lo adoro y que es el Dios que mueve los más grandes espíritus" (carta a Amalia Nieto), es posible trazar algún paralelo con las formas de la obra. En una carta escrita en Maldonado, Felisberto relata a su madre la lección-visita de una señorita que le habló "de porqué casi siempre los padres tienden a los hijos un camino opuesto al que sienten (…) ella odió siempre la escuela y ahora es maestra, y entonces me acordé de ti que es un caso más trágico y es el de que no te hicieron tomar ningún camino". Entrelíneas se insinúa un aspecto del misterio: la distancia, al escribir desde otro lugar, desde otra ciudad. El hecho de la confesión a distancia se repetirá años más tarde, cuando Felisberto escriba desde París a su madre y a su hermano (1946). Tras haber recibido una foto familiar, océano mediante, reconoce en la lejanía un estímulo: "me encuentro más a mí mismo y me comprendo mejor a mi propia vida viéndote en esa dichosa foto (…): son la isla única y fuerte donde me agarro con mis más profundos principios: nunca pude pensar nada serio de mí sin pensar en esos dos cuerpos que van ahí. Y una multitud de cosas que sólo decidiría a decirlas a semejante distancia".

Felisberto cultiva el don de diferir, la capacidad de la différance, como quería Derrida. También los misterios de su obra son indirectos, mediados por las cosas; casi nunca psicología pura y dura. En "La casa inundada" hay un agua donde van los pensamientos, un cauce que se va transformando en religión, "una religión del agua". En Las Hortensias, las escenas con las muñecas son levemente transfiguradas por un vidrio que induce un aura, como una "cualidad de recuerdo". El autor mira por reflejos. "Una noche oyó gritos y vio llamas en su espejo. Al principio las miró como en una pantalla de cine; pero enseguida pensó que si había llamas en el espejo también tenía que haberlas en la realidad". En una nota titulada "Los espejos" dice preferir la habitación proyectada por la imagen especular a la habitación real, porque la "habitación que aparecía en ellos era más linda". Desde París y por carta, le dirá a Paulina Medeiros: "La distancia y el tiempo te engrandecen".

PAULINA HACE PUBLICO LO PRIVADO

"Entrar en la zona íntima de Felisberto fue algo demasiado hermoso, supremamente misterioso para pasar por alto la profanación". Diciendo esto en el prólogo de Felisberto Hernández y yo, Medeiros justifica la publicación del epistolario que, como toda publicación de correspondencia íntima, hace público lo privado. De las trescientas cartas que componían el epistolario original, algunas fueron extraviadas por Felisberto en su viaje a París. Otras le fueron devueltas al autor, atendiendo un pedido suyo cuando se casó por tercera vez. Finalmente se conservaron 126, escritas entre 1943 y 1948.

Según Medeiros, la relación comporta tres instancias. De intimidad, al principio, cuando Felisberto escribe: "Hoy estoy bien gracias a ti, a tu cartita tan querida y buena. Lo mismo las de ayer: eran tan tiernas y tenían un milagro de enamoramiento tan jugoso que era imposible no curarme". Luego un intermedio utilitario, en el que Medeiros propone haber sido usada con fines literarios, respecto a la busca de inspiración y a gestiones de orden editorial. Y un tercer momento de distanciamiento, en el que Felisberto elude directamente el encuentro: "Recibí tu última carta y veo que estás más tranquila. Y que no viajas (a París). Con la anterior yo estaba muy desanimado pues veía que si venías llevaríamos la peor vida ya que aparecerían los conceptos artísticos y sociales que más nos separan; y si es cierto que no te pedí que vinieras, te hubiera rogado que no vinieras".

En esta saga de cartas la literatura es recíproca —Medeiros es poetisa, novelista. A veces, Felisberto le advierte sobre el carácter ornamental o barroco de lo que ella escribe: "Ten cuidado con la excesiva opulencia. Eres una brasilera que se llena las manos de anillos". A veces se complace leyendo la palabra justa: "Estoy en la pág. 40 de tu libro; es el 4º capítulo donde todo me encanta, me enseña y me es fácil".


EL ESCRITOR PREOCUPADO

En 1946, por intercesión de Jules Supervielle, Felisberto fue becado a París. Registra sus sensaciones desde que pone un pie a bordo del Formose. "La vida en el barco es maravillosa y casi todo el día estamos olvidados del inmenso desierto de agua. Se han hecho grandes fiestas en el cruce de la línea del Ecuador y me he conquistado muchas amistades con el piano y los cuentos". Hasta el viaje a Francia Felisberto había publicado tres libros (Los libros sin tapas, Fulano de tal y Por los tiempos de Clemente Colling) y durante su estancia en París la editorial Sudamericana le publicaría en Buenos Aires Nadie encendía las lámparas. En esta serie de cartas es posible rastrear la preocupación del escritor por el destino de su obra, por las traducciones, por el presupuesto económico, que en Montevideo apenas cubría trabajando en una oficina pública. Felisberto cifró esperanzas en la divulgación de su literatura a través de Susana Soca, editora de la revista La Licorne; en Roger Callois, "cotizadísimo pues es severo como crítico y por eso tiene una posición envidiable"; y en la influencia de Supervielle, que le asegura "que ganará mucho dinero con los libros". Felisberto se ilusionó: "…es posible que cuando vuelva lleve un nombre que me permita asegurarme toda la vida" le escribe a su madre.

En las cartas a la familia Felisberto se ve a sí mismo (sigue viéndose) con extrañeza. "Aquí en el barrio latino —de estudiantes— las parejas se besan por la calle; y a veces ni se paran, se besan caminando; en el Metro —tren subterráneo— lo mismo; o ves al lado tuyo las parejas acariciarse y besarse como si tal cosa; nadie mira —únicamente yo— y por suerte no me miran a mí cuando yo los miro a ellos". Escribe a su madre llamándola Querira Marre. A los niños de la familia con el simple y afectuoso chiquilines. A su hermano le dice que si no le escribe pronto, se tirará al suelo a llorar. A veces se despide así: "¡Cuidadito con que les pase nada malo!" Firma: Frasco.

En París escribió el cuento "Úrsula", comenzó "Las Hortensias" y ensayó varias versiones de "La casa inundada" y "El cocodrilo". Del periodo es también el cuento "Mi primer concierto" y la terminación del relato "Mur".

FICCIÓN AUTOBIOGRÁFICA

Las cartas a Reina Reyes importan en un sentido cualitativo. Sería excesivo llamar epistolario a esta serie, que consta de tres cartas y cinco esquelas. Pero interesa de modo especial una carta que en sí mismo es obra literaria, una ficción autobiográfica, fechada el 11 de agosto de 1954. Felisberto imagina una fábula donde un poeta "relativo, o pobre diablo" (alter ego) es elegido para sondear un novedoso sistema de premiación Nobel. La academia sueca ya no desembolsará dinero en efectivo. Ahora buscará la "manera de proporcionar una felicidad más auténtica al creador, más relativa a él mismo" suprimiendo la fama y el dinero que puedan trastornar la obra de quien no está acostumbrado a tenerlos. Al poeta premiado, que fuera escogido de "un lugar alejado de los principales centros y que fuera pintoresco", se le envía una divinidad. Una Reina de Reyes "sin embargo sencilla y democrática (…) El primer ensayo está resultando alucinante (…) produciendo una especie de locura moderada"; un estado emocional que va in crescendo. Después de un encuentro íntimo con la diosa el poeta se fascina y "en esa noche y otras muchas no duerme, casi no se alimenta, cree que se afeita y en realidad se araña…". Finalmente la locura lo consume y declara: "Diosa mía, si algún día descubro que no existes ni me quieres, tendré de nuevo la razón que he perdido y será el veneno que me mate".

Estas cartas a Reina Reyes se extienden por dos meses, agosto y septiembre de 1954. El estilo es oral, poderoso, excesivo. Dice Felisberto: "porque mientras se adora no se puede escribir nada que valga en sí mismo. Pero te escribo mal porque te adoro bien" (carta del 13 de agosto).

ERRORES CON ESTILO

Se ha pretendido aclarar ciertos deslices en la escritura de Felisberto que, en realidad, son más bien guiños. Es parte del estadio oral de la escritura felisbertiana. Así, Norah Giraldi (Carta de París, 25 de diciembre de 1946) afirma que cuando el autor escribe "Me ido arreglando", aclara que "falta en el original la palabra he". Es dudoso que falte. Se trata de una elección fonética más que de una omisión. Si el lector se toma la molestia de pronunciar, o proyecta mentalmente la expresión, notará que no hay diferencia sustancial en el plano sonoro, entre Me he ido y Me ido. En la recopilación de cartas ¿Otro Felisberto? anotada por Ricardo Pallares aparecen modificaciones directamente aplicadas al texto. Por un lado, signos de puntuación, pronombres y preposiciones, lo cual amabiliza la lectura, y en algunos casos básicamente la permite (Felisberto suele escribir sus cartas sin el rigor pulcro de la obra mayor). Por otro, hay una especie de intromisión en disyunciones, en la conjugación de los tiempos verbales, en los accidentes del dequeísmo y demás figuras. Felisberto podría replicar justipreciando su dominio de la irregularidad: "Temo continuamente que mis fealdades sean mi manera más rica de expresión" (Sobre Literatura). El "error" en las cartas tiene altura de estilo. Fueron surgiendo por la vía rápida de la emoción, como cuadros sin marco, o piezas sin ensayo, improvisadas. Escritos nacidos en el camarote de un barco, en un bar cualquiera, o en un hotel de París. La brevedad urgente de algunas líneas hace pensar en los soportes mediáticos contemporáneos. En una esquela a Reina Reyes que cabría en un mensaje de texto le dice: "Mi preciosa Reina: Tú me regalaste mi propia persona con mi más grande asombro de vivir. Firma Tu Felisberto". (septiembre de 1954)

IN MEMORIAM

Es famosa una carta de Julio Cortázar a Felisberto escrita como tributo póstumo: "Tus relatos son cartas a un futuro" le anuncia en 1980, cuando a Felisberto lo leían pocos, menos que ahora. Las cartas de Felisberto, a la inversa, podrían ser relatos a un pasado, a lo más íntimo de lo pasado. Por vía de su correspondencia nos asomamos al balcón secreto de quienes lo rodearon, al rincón diverso de la música, a su ansiedad torrencial, a la transfiguración del amor. "Es fácil ser tan bueno cuando se es tan feliz" escribe. Por medio de las cartas llegamos a recobrar los días lejísimos de un tiempo ha. Vive en ellas un mundo poéticamente detallado, un mundo ido, perdido. Representan una epifanía de ayeres a la que Felisberto dedicó su vida, reconcentrado en apasionada militancia.

Como delicadeza última por el acto de recordar, semanas antes de morir y mientras proyectaba su quinta boda, Felisberto legó a su nueva futura esposa los libros de Proust. Le consagró En busca del tiempo perdido con esta frase: "Esto hay que leerlo siempre y no hay que olvidarlo nunca".


REFERENCIAS

Felisberto y yo, de Paulina Medeiros. Biblioteca de Marcha, 1974. Misivas a dos voces, escritas entre 1943 y 1948

Alrededor de dos cartas de Felisberto Hernández a Jules Supervielle, de Nicasio Perera San Martín. Disponible en el sitio web de la Universidad de Nantes

Cartas a Felisberto. Amalia Nieto. Edición de Galería Jorge Mara La Ruche y Centro Cultural de España, 2009

Felisberto Hernández. Del creador al hombre. Cartas publicadas por Norah Giraldi (Banda Oriental, 1975). Un estudio bio bibliográfico, con una selección de la correspondencia familiar y a Lorenzo Destoc.

¿Otro Felisberto?, Banda Oriental, 1994. Compiladores: Ricardo Pallares y Reina Reyes. Cartas y esquelas de Felisberto Hernández a Reina Reyes (anotadas).


Solitario e imaginativo

FELISBERTO es pionero de la literatura fantástica en español. Los libros sin tapas son de la década del veinte, anteriores a La invención de Morel (1940) de Bioy Casares y a Ficciones (1944) de Borges, habitualmente consideradas óperas primas del género. Su papel en la literatura uruguaya es el de un raro, un autor solitario, imaginativo, lejos de la pandilla literaria, no alérgico a la felicidad ni al humor (piénsese en el reino bicéfalo de nuestras letras, el dominio de sangre y realismo mediado por Quiroga y Onetti). Su obra temprana fue auspiciada por Carlos Vaz Ferreira y Joaquín Torres García. Tuvo un ilustre detractor, Emir Rodríguez Monegal, y es sabido que Julio Cortázar e Ítalo Calvino lo admiraron.

El énfasis actual sobre Felisberto recae en su tercera esposa, María Luisa de las Heras, cuya identidad secreta recién revelada como experimentada espía de la KGB soviética —activa mientras estuvo casada con Felisberto— le está valiendo artículos, novelas y teatro biográfico. Un énfasis anterior recaía en la militancia radial anti-comunista realizada en radio El Espectador y en artículos publicados en el diario El Día, con títulos como "El estilo literario comunista" y "Cuatro sputniks de la libertad". Esta actividad paraliteraria llevó a Carlos Martínez Moreno a juzgarlo de falso distraído, además de un pianista de segunda. Otros, con música, dicen que Felisberto podía tocar Mozart a la manera de Liszt, o como un coronel retirado, o como él mismo (quienes no lo conocieron pueden pensar en Leo Maslíah). Escribió varias piezas para piano y en las cartas a la familia menciona el vals "Mar y Cielo", que compuso siendo niño.


La amistad de las palabras

Por Felisberto Hernández

PORQUE yo tengo como un proceso de amistad con las palabras: primero me hago amigo directo de ellas; y después me quedo muy contento cuando se me aparecen juntas, que habían simpatizado o se habían atraído en algún lugar de mi alma no vigilado por mí. Y me da una sorpresa encantada al verlas aparecer juntas y sabiendo que se habían hecho amigas.
Pero hay palabras que nunca podrán ser amigas mías: las que no me parecen naturales o las que no entran en el misterio de la simpatía. Tal vez tenga incapacidad para querer a muchas o quiera ser fiel a antiguas amigas o me cueste una nueva amistad o cualquier otra cosa que no sé. ¿A tí no te pasa lo mismo?
(en carta octava a Paulina Medeiros)


Felisberto y el cuerpo como novedad

Publica La Jornada

Por Alicia Migdal

Cuando murió Felisberto, en 1964, se evocaba el tamaño de su ataúd que no pasaba por la puerta. El “burlón poeta de la materia” del título de Ángel Rama era un señor apenas sesentón pero ya veterano para la época, gran comedor de papas fritas en platos enormes. “Felisbertote”, lo llamaba Paulina Medeiros en sus cartas de amor, atravesadas todas ellas por el erotismo y la infantilización. Es que el niño que quería “hacerle abedules al brazo de la maestra” no sólo no perdió esa condición asociativa y juguetona con el lenguaje, sino que la convirtió en el centro de su discurso literario. Ese narrador-niño también quería levantarle las polleras a las sillas, atisbar sus cuerpos y “entrar en relación íntima con todo lo que había en la sala”, “dispuesto a violar algún secreto”. El mayor encuentro entre la erotización infantil de la mirada y los objetos construidos está en Las Hortensias, donde el narrador se atreve a todo a partir de la teatralización de la serie de muñecas que son elaboradas para él y para su mujer, en un juego a lo Buñuel, a lo García Berlanga, en donde el individuo es derrotado por la realidad ficticia que él mismo creó.

Esa doble perspectiva: la realidad sensorializada hasta el extremo y la libertad asociativa y no culposa propia de un niño, constituyen el toque Felisberto, parte de lo que Italo Calvino consideraba una novedad sin antecedentes. No hay relato suyo, ni mínimo ni relativamente extenso, que no esté comandado por una perspectiva sensorial. El cuento “Nadie encendía las lámparas” es una muestra impecable de relato donde no pasa nada, todo hecho de climas, de cercanías mentales y de un abrupto final en el que queda suspendida la tenue acción de una tertulia y la imagen de una mujer de cabellos esparcidos cierra lo que para otros narradores realistas debería ser un comienzo: “Pero no me dijo nada: recostó la cabeza en la pared del zaguán y me tomó la manga del saco.” Zaguán, luz mortecina porque nadie encendía las lámparas, mujer recostada, silencio, leve contacto de aproximación: esto suena a tango, pero también a Robbe-Grillet, a Antonioni y a ensueño proustiano. Por esos años, Onetti había publicado La vida breve y Armonía Somers La mujer desnuda. Rastrear las cercanías y distancias entre los tres sería un buen ejercicio de comprensión comparada.

En la historia de la división del trabajo de escritura entre mujeres y hombres uruguayos, el cuerpo explícito pocas veces ha sido abordado por el varón, salvo en la limitante de la literatura pornográfica o en la que está en su borde. En nuestra literatura canónica, el cuerpo masculino hizo su aparición después de la dictadura cívico-militar, cuando un amplio registro testimonial se ocupó de él a partir de la tortura.

Nada más alejado de Felisberto que esta realidad posterior a su vida y a sus tierras de la memoria, llenas de quintas en el Prado, con mujeres decimonónicas y tranvías y tiempos quietos. Él se ocupó de reflexionar sobre las travesuras o las oscuras psicopatologías de su cuerpo en Diario del sinvergüenza, buscando entender la hendidura entre su yo, por un lado, y su cuerpo y su cabeza por otro, como lo declara al comienzo de ese texto.

¿Por qué encanta tanto Felisberto? Niño eterno, amante y amador de mujeres, pelele de la realidad física, curioso impertinente, humorista por el solo hecho de mirar al sesgo y hacer asociaciones inesperadas poniendo el acento en un detalle que se vuelve central, Felisberto parece estar al margen de la temporalidad precisamente por internarse en la memoria y en el pasado como tierra de refundación. ¿Quién puede resistirse a la sorpresa de su mirada, al juego de sus analogías? A la difusión amplia de su mundo literario fuera de las fronteras del Plata se le ha sumado un ingrediente nuevo y extraliterario, un “caso” que no está alejado de su personalidad sino que es casi detonado por ella.

Su tercer matrimonio de sólo dos años con la española María Luisa de las Heras, después de un breve encuentro en el París de la postguerra, ha cobrado en estas décadas una relevancia sorprendente. Narradores rioplatenses han novelado o autenticado con su investigación la noticia dada a finales de los ochenta por Cambio 16 de España: María Luisa era en realidad África de las Heras, espía española de la KGB, frustrada ejecutora de Trotsky reclutada por la madre de Ramón Mercader, heroína de la URSS y matrimoniada con Felisberto para poder introducirse como agente encubierta en un Montevideo apacible al casarse con un notorio anticomunista. Felisberto fue elegido por África y la inteligencia soviética justamente por todas las razones que hicieron de él un narrador singular, al tiempo que un hombre débil y usable. Sabemos poco y nada de esos dos años de matrimonio. A María Luisa le dedicó Las Hortensias. Sabemos más de ella a pesar de no saber nada. Vivió en Montevideo hasta 1967, como quien dice hasta ayer. Hay amigos que la recuerdan como la modista española, servicial, sencilla y humana, que después de divorciarse de aquel escritor especial siguió viviendo sin trazas de él en su vida y sin otras opiniones políticas que las de su antifranquismo. Una “gallega” más en una ciudad acogedora de inmigrantes. Un operativo perfecto de la época.

El fisgoneo literario de Felisberto y su imaginación violatoria de secretos de estatuas, sillas, muñecas, escalinatas, mantiene un juego especular con la espía que, en cierto modo, lo violó a él. Otro operativo, inconsciente, cuya perfección tal vez no se pueda desentrañar.

 

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