Apuntes sobre certezas e incertidumbresEscribir un texto literario supone siempre contar algo. Generalmente se entiende que el escritor ha de tener siempre presentes los llamados “grandes temas”, a saber: el amor, la muerte, la amistad, el odio, la venganza, el dolor, la soledad, el poder, etc. Y que ha de tener sobre ellos una opinión clara y concreta que será la que exponga en sus textos. Esta posición, fundada en las certezas, origina a menudo problemas importantes. Por ejemplo el uso y abuso de lugares comunes, es decir de “tesis” generales que no aportan nada a la literatura y que, en general, caen en la convención o el tópico. O la tendencia a que sea una certeza enunciada, que no precisa ser construida con los materiales de la novela, de manera que éstos terminan siendo decorado de fondo de un discurso ajeno a ellos en buena medida o forzados hasta lo inverosímil en su defensa de la “tesis”. O la creencia en que no precisa desarrollo alguno, lo que conduce a textos que lo cuentan todo en las primeras páginas y repiten lo mismo una y otra vez. En todos estos casos, la participación del lector queda limitada a aceptar o no la “tesis” expuesta y, en todo caso, a admirar o no la brillantez del autor que la ha formulado.

Frente a la literatura de las “certezas” está la literatura de las “preguntas”. Esto es, la que pretende contestar, plantear o indagar en zonas de duda o de conflicto huyendo de respuestas genéricas. Esta posición obliga al escritor a construir mundos complejos donde los factores que intervienen y las interacciones que se producen son múltiples. Es una posición de búsqueda que, siempre que el texto sea eficaz, obliga al lector a participar activamente de la misma, tanto en la lectura como fuera de ella. Sin embargo, esta opción también puede plantear algunos problemas. Por ejemplo: la construcción del texto alrededor de dudas pueriles o sin interés para el lector, la indefinición excesiva del texto, la confusión en cuanto al sentido y la tendencia a no seleccionar materiales en la creencia de que cualquier cosa vale como territorio para pensar.

 

[Elisa Velasco y Mercedes González]

 

Lea el cuento «Quiero saber por qué», de Sherwood Anderson.