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Por Blanca Suñén

 

Pero no es una cosa extraña en este oficio tan olvidadizo y tan propenso a creer que una etapa mal realizada es una etapa superada. No. Nosotros realmente no llegamos a conocer a Grotowski, sino que fuimos los apresurados discípulos de sus dos libros, de las impresionantes fotos publicadas de su trabajo en el Teatro Laboratorio y, los más afortunados, de la proyección de uno de sus montajes: AKRÓPOLIS. Claro está que el maestro vivía en Polonia, que en su teatro –más bien, en su amplia habitación- no admitía a más de treinta espectadores por función y que si hubiera podido hacerse el milagro que le permitiera cruzar la frontera con Francia, justo en el momento en que en el país vecino su trabajo se daba a conocer al resto del mundo, tras ver cinco segundos de algunos de sus espectáculos, las autoridades le hubiera echado de aquí con cajas destempladas bajo la acusación de blasfemo y antiteatral.

 

Así pues, a mí, que soy la persona menos nostálgica que conozco, este libro tan hermoso me lleva precisamente a sentir una enorme nostalgia por ese santo blasfemo tan cercano y tan desconocido. Pero, cuidado, porque esta sensación, tiene los visos de ser un sentimiento privado.

 

Apocalypsis cum figuris es de una indudable y profunda belleza, pero me temo que tan sólo para aquellos que podemos, de alguna u otra manera, vislumbrar su alcance. No es que se haga necesaria una guía para su lectura, pero sí se echa en falta saber quién fue el hombre de teatro que creó ese espectáculo, precisamente el último que montó con su Teatro Laboratorio. Tras él, Grotowski se dedicó únicamente a la investigación. Pero tal vez no sea ese el sentido de este libro. Lo sé, lo comprendo y saludo su llegada con verdadero regocijo. Lo que siento es que siga siendo el hijo de un padre desconocido y que asombró al mundo.


Lo que le da un sabor agridulce a mi nostalgia es que con este libro no nos llegue el rostro, las formas y maneras de Jerzy Grotowski, el hombre que inició su andadura teatral con la idea de que un actor debía alcanzar el estado de gracia adecuado para hacer al espectador partícipe de su experiencia: "Que no se me malentienda. Hablo de la «santidad» del descreído: la «santidad laica». Si el actor provoca a los demás provocándose a sí mismo en público, si en un exceso, una profanación, un sacrilegio inadmisible, se descubre a sí mismo arrojando la máscara de todos los días, permite también al espectador emprender un proceso similar de autopenetración. Si no exhibe su cuerpo sino que lo anula, lo quema, lo libera de toda resistencia a los impulsos psíquicos, entonces no vende su cuerpo sino que lo ofrece en sacrificio; repite el acto de la Redención, se aproxima a la santidad". Estas y otras reflexiones que el maestro fue madurando y cambiando con el tiempo, se me antojan aún tan necesarias como el pan.

 

Tomemos pues cartas en el asunto -"mi obligación no es hacer declaraciones políticas, sino agujeros en el muro"- y seamos nosotros mismos quienes hagamos por él los agujeros en el muro que el olvido ha edificado tan injustamente a su alrededor. A cambio de tanto, es lo mínimo que las gentes de teatro podemos devolverle.

 

Sea por ello, de nuevo, bienvenido este blasfemo, libre, santo y todavía provocativo texto de teatro.


 

Ficha:

 

Apocalypsis cum figuris
Jerzy Grotowski
Maldoror ediciones, 2003

Colaboramos con:

                               Concurso jóvenes talentos                                              Universidad Camilo José Cela