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27 Abr 2024
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Publica La Vanguardia

Por Antonio Lozano

Es célebre su “enfoque de las capacidades”, un modelo alternativo para medir la prosperidad de una nación según las facilidades con que cuentan sus ciudadanos para desplegar sus facultades creativas. Premio Príncipe de Asturias de Ciencias Sociales 2012, su último libro es La nueva intolerancia religiosa. Cómo superar la política del miedo en una época de inseguridad (Paidós), donde la dignidad humana vuelve a estar en el centro del discurso. Respondió por correo electrónico nuestras preguntas.

-¿Qué le permitió desarrollar tan ampliamente sus capacidades?

-Gocé de una familia cariñosa que jamás abusó de mí. Conté con una educación de primer nivel, gracias a profesores que estimularon mi amor por aprender y que me ayudaron a escribir a base del ejercicio constante de una crítica exigente. Mi padre no esperó de mí menos de lo que hubiera hecho de un hijo varón, sino que me marcó las máximas metas, inculcándome la idea de que trabajar duro para alcanzar tus objetivos es divertido.

-¿Hasta qué punto es cierta la leyenda de que escogió su carrera y sus áreas de especialización como una reacción a sus privilegios familiares?

-Si fui capaz de advertir que no todo andaba bien en Estados Unidos y que había que denunciar sus injusticias, no significa que repudiara todas las cosas maravillosas que mis padres me ofrecieron por medio de su amor y su esfuerzo. Sólo deseé que se hicieran extensibles a todo el mundo.

-Ser hija de su tiempo debió de ayudar en el proceso de concienciación.

-Formo parte de una generación que prestó atención a los problemas que la rodeaban, primero con los movimientos pro derechos civiles y luego con las manifestaciones contra la guerra, estando ambos a su vez relacionados con la preocupación por la pobreza y las desigualdades de clase. Asimismo, no me pasó por alto el hecho de que mi padre fuera capaz de ascender desde su condición de individuo de la clase trabajadora con escasos recursos hasta socio de un destacado bufete de abogados, movilidad ascendente de la que muchos quedaban privados, especialmente los afroamericanos y las mujeres.

-¿Cuáles son las lecciones más valiosas que se pueden aprender hoy de la filosofía grecolatina, que en España es estructuralmente ninguneada?

-El pensamiento grecolatino reviste un interés filosófico para áreas de lo más diverso. Aristóteles, por ejemplo, ofrece a los especialistas en las sociedades modernas una serie de recursos muy ricos para reflexionar acerca de la vulnerabilidad y la prosperidad humanas, asuntos a los que los poetas trágicos prestaron mucha atención. Gracias a él aprendemos que los bienes humanos son plurales y no individuales, al tiempo que nos dota de argumentos para criticar el actual pensamiento utilitario. Algunos distinguidos textos clásicos plantean desafíos a nuestros modelos actuales de pensamiento y suelen ser mejores y más ricos que los últimos artículos periodísticos, que en su mayoría serán olvidados en menos de un año, por no hablar de los próximos dos mil años.

-¿Diría que la actual degradación de la política concede un nuevo empuje y dimensión a la filosofía? ¿Es más relevante que nunca?

-Creo que la política debe continuar siendo nuestra primordial fuente de esperanza para garantizar el futuro de los derechos humanos básicos, por lo que confío en que el debate político mejorará. La política afronta fases en que está degradada y otras en que no lo está, de manera que no hay motivos para concluir que la situación es irreversible. ¡En la antigua Atenas era mucho, mucho peor! La filosofía puede enseñar a los jóvenes a argumentar con respeto, a analizar posiciones y asuntos, a escuchar con atención al otro. La filosofía también es capaz de proponer y defender conceptos normativos para que la política los implemente, este ha sido el núcleo de mi trabajo en el campo de las “capacidades”. Pero yo sólo puedo proponer: la implementación debe ser realizada por los ciudadanos a través de sus gobiernos.

-¿La crisis de fe también juega a favor de la revitalización de la filosofía?

-No creo que las religiones estén en crisis. Al menos, en Estados Unidos gozan de una salud de hierro y prestan un apoyo a los afroamericanos, las mujeres, los gays y las lesbianas como jamás antes lo habían hecho. Mi propia religión, el judaísmo reformista, se encuentra más cerca de la idea de “religión racional” que propuso Immanuel Kant que ninguna otra antes y me hace sentir orgullosa de su aceptación del debate filosófico.

-¿Cuáles diría que son los mayores obstáculos del presente al desarrollo de buenos ciudadanos?

-La avaricia, el miedo y el narcisismo, ¡los mismos de siempre!

-Los términos “ético” y “no ético” están hoy en día en boca de todos, pero ¿se manejan con propiedad los conceptos que hay detrás?

-Probablemente, no. La mayoría de los conceptos filosóficos no se emplean con corrección en el habla cotidiana. En Estados Unidos se observa una tendencia de larga duración a emplear la palabra “moralidad” únicamente en relación con la conducta sexual, lo que es un error.

-¿Cómo puede la ética recuperar su sentido original y su crédito en sociedades donde muchos representantes políticos son ejemplos de codicia y corrupción?

-Su pregunta se responde a sí misma: usted entiende, como la mayoría de la gente, lo que son la codicia y la corrupción, y por qué deben ser denunciadas y eliminadas. Mientras la crítica a las malas prácticas se mantenga vigorosa, lo mismo harán el significado original y el crédito de la ética, Obviamente, albergar la idea acertada sobre cuáles deben ser los objetivos de una clase política decente no provoca que estos florezcan por arte de magia. Alcanzar ese punto requiere competencia política, y la ética por sí sola no la garantiza.

-¿Significa esto que, en determinadas circunstancias, se necesita recurrir a cierta astucia política para lograr que avancen las buenas causas?

-Cierto. Acabo de leer una notable biografía de Lyndon B. Johnson que muestra de forma palmaria que algunos de los mayores logros éticos de la política estadounidense, como las leyes pro derechos civiles que inauguraron el reino de la igualdad racial, fueron el resultado de una manipulación política que, en ocasiones, estuvo muy lejos de lo estrictamente ético. En muchos sentidos, Johnson fue un individuo repugnante y falto de ética, lo que no evitó que fuera capaz de sacar adelante avances valiosos y luchar por objetivos admirables con una efectividad inigualable. En consecuencia, no deberíamos ser santurrones e insistir únicamente en que las personas sean puras e inmaculadas a riesgo de no ver nunca materializadas las aspiraciones con las que soñamos.

-¿Confía en que la crisis económica global reforzará los argumentos de quienes, como usted, defienden fórmulas más humanitarias de medir el desarrollo de los países?

-Los argumentos han estado ahí, en toda su validez y su fuerza, durante mucho tiempo. La cuestión es pues si la crisis va a provocar que los políticos les presten más atención. De hecho, el “enfoque de las capacidades” ha estado haciendo progresos escalonados y ganando adeptos desde antes de la crisis. El informe sobre el bienestar que encargó Nicolas Sarkozy en Francia concluyó que las capacidades eran el mejor criterio para su medición. El Banco Mundial también lo emplea de forma creciente. Mucha gente no es consciente, pero esta institución ha sido de las más activas en la insurgencia contra los viejos modelos de desarrollo.

-¿Cómo diría que la educación y el fomento de las humanidades han evolucionado en su país desde que en 1997 escribió “El cultivo de la humanidad”?

-Mis oponentes conservadores de aquel entonces eran grandes defensores de las humanidades: simplemente no querían aceptar cambios en la forma en que eran enseñadas. Sobre todo, rechazaban la inclusión de estudios feministas y estudios afroamericanos y, en menor medida, el nuevo interés por los logros de las culturas no occidentales. Hoy el debate se ha desplazado: mis rivales son individuos que no se lo pensarían un segundo a la hora de barrer con todas las humanidades, al estar centrados en los beneficios nacionales a corto plazo. Los encuentro mucho más temibles al apuntar contra valores del todo necesarios para mantener la democracia con energía y con vida.

-¿Ha cambiado el panorama para las mujeres en los campus universitarios de los Estados Unidos desde su etapa como estudiante en los años setenta?

-Lo ha hecho muy lentamente. Ahora hay muchas más mujeres entre el profesorado de todas las disciplinas, lo que significa que las jóvenes cuentan con modelos de referencia y personas a las que acudir en busca de consejo. Los permisos de paternidad y el cuidado de los niños son tratados con mayor sensibilidad en las universidades que en otros ambientes laborales como los despachos de abogados, por citar un ejemplo.

-¿Existe un reverso oscuro?

-Sólo ahora empezamos a descubrir que ha habido un grave y silenciado problema de agresiones sexuales en campus a lo largo y ancho del país. La salida a la luz de numerosos casos ha revelado que el asunto viene de lejos y que no se denunció para preservar la reputación de los centros. De modo que ahora sabemos que prácticamente el conjunto de los campus estadounidenses encierra el lugar de un crimen. Soy de la opinión de que las fraternidades y el hecho de que se empleen los campus como centros de entrenamiento para los equipos de baloncesto y de fútbol americano devienen incubadoras de violencia sexual. Si combinamos esto con el extendido tema de los abusos sexuales dentro del ejército, donde una vez más los superiores han optado por encubrir en vez de denunciar, encontramos que las mujeres estadounidenses se enfrentan a un generoso número de obstáculos.

-Usted, que ha investigado las emociones en profundidad, ¿cuáles diría que son aquellos errores más comunes al intentar descifrarlas y que, por tanto, causan más dolor?

-Las ideas equivocadas en torno a las emociones no necesariamente hacen daño, lo que suelen traer es confusión. La más repetida es que las emociones son sólo sentimientos desprovistos de contenido cognitivo, que se limitan a arrasar con nosotros. Pero creo que esta confusión causa más problemas en el ámbito jurídico que en la vida diaria, donde no nos autoengañamos con tanta facilidad.

-Ha participado en debates intelectuales muy controvertidos, desencadenados a partir de implacables reseñas sobre libros de algunos colegas. ¿Le gustan los combates de ideas o suele verse arrastrada al ring?

-El grueso de mis críticas son positivas, ya que mi objetivo principal es llamar la atención sobre buenos títulos que han pasado inadvertidos. Los de las feministas son de los que más han padecido este desinterés, por lo que me he volcado en ellos con especial fruición. Si los excepcionales casos en que he escrito críticas negativas han levantado controversia, no es porque yo la haya buscado, sino porque a la gente le chifla. El único motivo para reseñar malos trabajos es advertir al lector acerca de su perniciosa influencia, denunciando la falta de fundamento de sus argumentos. En otras palabras, mitigar su impacto en el debate de ideas, asumiendo así la responsabilidad que se le presupone a un intelectual público.

-Aun a riesgo de sonar simplista e ingenuo, ¿por dónde habría que empezar para contribuir a la defensa de la dignidad y de la justicia?

-Mirando en el interior de nuestros corazones.

 

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