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Por Mariano Dorr

Castigo y placer son dos de las posibles entradas a este Diccionario Foucault que, en sintonía con su objeto, no se agota en la lectura de sus más de trescientos artículos; además de la explicación y dilucidación del lugar que ocupan algunos autores, términos y conceptos clave (separando con precisión sus usos y contextos), se indica –al final de cada entrada– dónde aparece el vocablo en los escritos de Foucault, facilitando así todavía más el acceso temático a su obra. A su vez, la lectura de un artículo implica –en la mayoría de los casos– la apertura de uno o varios caminos a seguir (en otras entradas) con el objetivo de ampliar una noción en el cruce con otros términos. En este sentido, un mismo tópico foucaultiano puede rastrearse o descubrirse desde distintas perspectivas temáticas. Por ejemplo, aquellos que pretendan conocer qué entiende Foucault por psiquiatría, psicología o psicoanálisis y cuáles son sus críticas al respecto podrán continuar su indagación en términos como hombre, disciplina, Freud, Lacan, Deleuze, poder o locura (cuya entrada, vale la pena mencionarlo, consta de veintidós páginas y –desbordando los límites de un mero artículo explicativo– ofrece una verdadera guía de lectura de la Historia de la locura en la época clásica).

Si abordamos el diccionario desde un punto de vista queer veremos que, en el período del que se ocupa la Historia de la locura, la homosexualidad es el amor de la sinrazón: “Los homosexuales, en consecuencia, son internados junto con los que padecen enfermedades venéreas, los desenfrenados, los pródigos”. Aparece más tarde como una de las figuras de la sexualidad, especie de androginia interior o “hermafroditismo del alma”. Pero no es en homosexualidad ni en hermafroditismo donde debería buscarse el aporte más significativo de Foucault en este ámbito sino en sexualidad. Allí se tematiza “la sexualidad como problema político”; no es posible explicar qué es la sexualidad –para Foucault– sin hacer un rodeo por su concepción del poder: “No hay que describir la sexualidad como una fuerza monstruosa e indócil, sino como un punto de pasaje particularmente denso en las relaciones de poder entre hombres y mujeres, jóvenes y ancianos, padres e hijos, educadores y alumnos, administradores y población”, explica Castro.

“Nunca me ocupé de filosofía”, dijo Foucault alguna vez. La filosofía, entendida como aquella disciplina cuya tarea consistiría en tratar de decir una verdad que pueda valer universalmente, ya no es viable. La filosofía –para Foucault– es ante todo una “política de la verdad”; que un enunciado llegue a valer como verdad depende menos del enunciado mismo que de las relaciones de poder inherentes al juego de la verdad. En lugar de hacer una historia de las ideas (sobre la verdad), se trata de llevar a cabo una historia de la verdad indagando en las condiciones (históricas) de aparición de algo así como una “verdad”. Esto implica todo un problema metodológico: “Cómo pensar la historia de la verdad sin apoyarse en la verdad”. Este es quizás el motivo que llevó a Foucault a señalar que, en definitiva, nunca escribió sino ficciones: “Yo practico una especie de ficción histórica”. Historiadores, criminólogos, psicoanalistas, teóricos de la literatura, sociólogos, antropólogos, filósofos, o simplemente lectores inquietos, tienen en este diccionario una puerta abierta a la difícil pero siempre atractiva prosa de Michel Foucault.



Ficha:

Diccionario Foucault. Temas, conceptos y autores
Edgardo Castro
Siglo XXI
434 páginas

 

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                               Concurso jóvenes talentos                                              Universidad Camilo José Cela