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Lectura de manuscritos y tutorías para obra en curso 

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Publica El País (Uruguay)

Por Carlos María Domínguez

Ha sido el entretenimiento del escritor austríaco Alexander Pechmann (1968), doctorado en la Universidad de Heidelberg, especialista en la literatura anglosajona del siglo XIX, autor de una biografía de Melville y otra de Mary Shelley. En La biblioteca de los libros perdidos se presenta con un título poco afortunado, subsubbibliotecario, para introducir al lector en un reservorio donde se almacenan misterios literarios. Confeso bibliómano, Pechmann no siempre es riguroso al presentar la información; cuando escasean los datos, muestra las costuras de sus remiendos narrativos, pero tratándose de un juego sobre una materia tan vasta, recupera datos interesantes, trayectorias y episodios intrigantes de la historia literaria.

Manuscritos y lectores

Recuerda Pechmann que el manuscrito de la primera novela de Malcolm Lowry, Ultramarina, fue robado del auto del lector editorial que lo tenía en consideración, y pudo ser reconstruido gracias a que un amigo había recogido los esbozos que Lowry arrojaba a la papelera. No fue su único accidente. Tuvo Lowry la ambición de trazar un ciclo narrativo similar al del Dante. Lunar Caustic (editada póstumamente) debía representar el Purgatorio, su obra maestra, Bajo el volcán, el Infierno, y In Ballast to the White Sea, el Paraíso, pero un incendio de su cabaña en un bosque de Canadá, adonde se había refugiado a escribir, acabó con las dos mil páginas de la obra. También allí estaba el manuscrito de Bajo el volcán, que su esposa Margerie rescató a último momento.

A la primera esposa de Hemingway, Elizabeth Hadley, le robaron en la estación de Lyon la maleta con los primeros escritos de su esposo, entre ellos una novela, textos que el joven Ernest lamentó con un ataque de furia. Se salvaron los relatos My Old Man, que había enviado a su editor, y Up in Michigan, cuya copia había guardado Gertrude Stein en una gaveta. Mejor suerte tuvo con los primeros esbozos de París era un fiesta. Permanecieron guardados en el Hotel Ritz durante 28 años, debido al olvido de Hemingway de dos maletas con otros manuscritos, en 1928. Gracias a la integridad de la administración del hotel, se las devolvieron en 1956.

Otros capítulos revelan experiencias similares protagonizadas por Mary Shelley, T. E. Lawrence, o Melville, que vendió sus manuscritos por diez céntimos la libra a un fabricante de cajas de viaje de Massachusetts para forrar sus interiores. Pero el libro también se ocupa de los originales destruidos por los herederos de Lord Byron, cuyas memorias marcharon al fuego por temor de que revelaran escandalosas intimidades de la aristocracia inglesa, y del curioso destino de los papeles y cartas de Laurence Sterne, en su mayoría quemadas por su cuñado, párroco de Surrey, luego de encontrar una abultada colección de cartas de amor de importantes damas de la sociedad. La mujer y la hija apoyaron la iniciativa, pero luego, faltas de dinero, intentaron recuperar las que sobrevivieron a la quema para poder venderlas, y fueron publicadas con un texto autobiográfico en 1775, aunque adulteradas. El propio Sterne censuró sus ambiciones en Vida y opiniones de Tristam Shandy, caballero. Aunque en su inicio prometió divertir al lector con disquisiciones sobre doncellas de cámara y ojales, omitió esos capítulos en la redacción final de su célebre sátira.

Chinos y persas

Son muchas las historias que recoge el libro de Pechmann. Hay un capítulo dedicado a los secretos de Thomas Mann y otro a las cartas de Kafka a una niña a quien consoló por la pérdida de su muñeca; Blaise Cendrars, Dostoievski, Pushkin y muchos autores comparecen con un variado anecdotario, junto a la historia de bibliotecas y textos perdidos en la antigüedad. Entre los últimos, es particularmente atractiva la historia del almirante chino Zheng He, que en los inicios del siglo XV organizó siete expediciones marítimas con más de cien barcos y miles de soldados, científicos, poetas, mercaderes y concubinas. Según la historia oficial, llegó a la India, Arabia y la Costa oriental de África, pero algunos aseguran que conocieron América. Aunque en el Sudeste asiático se lo veneró como a un dios, sus cuadernos de bitácora desaparecieron durante la dinastía Ming, por contener "exageraciones engañosas de cosas extrañas". Una estela que Zheng He mandó erigir en 1431, descubierta en 1930, dice: "Hemos recorrido más de 100.000 li de inmensas superficies marinas y en el océano hemos visto olas gigantescas que se elevaban al cielo como montañas y nuestros ojos han visto regiones bárbaras y remotas, ocultas por una niebla azul e impenetrable, mientras nuestras velas, desplegadas cual nubes, seguían su curso, raudo como el de una estrella, atravesando esas olas gigantes".

Un antiguo homenaje a la lectura lo encarna la historia del visir de Persia Abdul Kassem Ismael (936-995), apasionado bibliófilo que, aburrido por sus viajes oficiales a lejanas provincias, un día decidió llevar en su expedición los 117.000 volúmenes de su colección, empacados en cuatrocientos camellos que avanzaban en orden alfabético. Un nutrido contingente de camelleros-bibliotecarios custodiaba la columna para que no se mezclaran las letras.

La antología de Pechmann es fatalmente parcial, el lector advertirá notorias ausencias, pero muchos datos compensan, y a veces desconsuelan, el infinito viaje por la literatura.


 

Ficha:

LA BIBLIOTECA DE LOS LIBROS PERDIDOS

Alexander Pechmann

Edhasa, 2011, Barcelona

252 páginas

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