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27 Abr 2024
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Publica ADN Cultura

Por Felipe Fernández

El material es muy heterogéneo: el casamiento de un hombre con una muerta, que requirió el permiso del presidente de Francia; el descubrimiento de una galaxia, la conversación telefónica que mantiene desde Menorca con una colega estadounidense que está en Dublín, un infanticidio, unas plantas acuáticas que forman praderas submarinas, el encuentro con un chico que le despierta la extraña sensación de haberse cruzado consigo mismo.

Detrás de la apariencia de miscelánea surge la visión unificadora de Nooteboom cuya voluntad indagatoria -expresada en continuas preguntas retóricas- se expande para contar, describir, analizar, suponer e imaginar en su intento por captar la esencia de algo. Se trata de un ejercicio exento de soberbia, casi un juego por su espontaneidad y porque se justifica en sí mismo sin la ambición de arribar a grandes revelaciones. Sus inquietudes metafísicas suelen quedar suspendidas en interrogaciones: "¿Cuándo existe una persona?", "¿Está igual de muerto alguien que lleva dos mil años muerto que quien falleció el año pasado?", ¿"Qué es más misterioso, ser mortal o inmortal?".

Uno de sus estímulos es la contemplación de pinturas, dibujos y fotografías. Incluso un muro puede predisponer a su sensibilidad para ver en él un poema en el que han intervenido "el viento del norte, el calor de agosto, las lluvias de febrero". En el caso de Asedio de Aire-sur-la-Lys, de Pieter Snayers, su fascinación por el cuadro lo lleva a identificarse con uno de los soldados españoles que participaron del asedio y que será rescatado de la muerte cada vez que alguien mire la pintura. Sin embargo -concluye Nooteboom-, ni el arte ni la historia podrán decir nada sobre los pensamientos de aquellos hombres.

La naturaleza también le motiva observaciones. Puede conmoverse por un ágave próximo a morir de su jardín español o contrastar irónicamente la imagen de un idílico paisaje primaveral con la implacable necesidad de alimento de los seres vivientes y dictaminar: "La naturaleza es comestible. Todo está listo para comer". Su empatía animista convierte en una suerte de amuleto un pedazo de pared encontrado en la Reserva Ecológica de Buenos Aires, y diseña un bestiario en el que hay lombrices cuya "triste escritura expresa un anhelo de muerte", un pulpo que vive a dos kilómetros y medio de profundidad, una ballena que al morir provee un "gran banquete funerario que puede durar cientos de años". Un pez del río Amazonas llamado pirarucú, que lleva veintitrés millones de años en el planeta, lo hace pensar en la inmortalidad de la especie de manera similar a la de John Keats en su "Oda a un ruiseñor".

Nooteboom demuestra una pasión por la minuciosidad que quizá provenga de la escuela flamenca de pintura, trasmutada en literatura. Una sólida erudición le permite trasladarse sin alarde por diferentes épocas y disciplinas culturales desplegando sin pausa su capacidad asociativa. De una moneda arrojada al Río de la Plata por Borges pasa al hundimiento del anillo del Dux en Venecia y a los infinitos hundimientos de cuerpos ("marineros, piratas, buceadores, víctimas de tiburones, náufragos, suicidas") que, junto con el de un avión, los del Titanic y del Graf Spee, constituyen un "ballet aterrador". Le basta ver a una tortuga, como él mismo reconoce, para comenzar con sus "piruetas mentales" que lo conducen primero a la paradoja de Zenón de Elea sobre la tortuga y Aquiles, y después al rey de España, que acaba de ser operado del talón.

La mitología griega ocupa un lugar fundamental en su libro. Aunque no da una razón precisa para la elección de Poseidón como destinatario de sus cartas, este dios reaparece una y otra vez en los textos en su papel de silencioso interlocutor y como símbolo de la cultura helénica. El escritor holandés parece sentirse mucho más a gusto con la indómita sensualidad del politeísmo pagano que con las distantes abstracciones del monoteísmo cristiano. Los dioses griegos -reflexiona- nos acercaron "a todo cuanto nos inflige dolor y nos brinda la vida, a todo cuanto somos capaces de entender. De lo otro no entendemos nada. Y ante esa nada se nos exige postrarnos, pero ¿quién se postra ante la Nada?".

En Cartas a Poseidón se intuye cierta añoranza por una sacralidad perdida y un sereno fatalismo. Sus páginas muestran a un humanista del siglo XXI que invoca a la divinidad oceánica -elemento primordial y antagonista-, para que lo asista en su incesante comunión intelectual con el mundo.



Ficha:

Cartas a Poseidón
Cees Nooteboom
Editorial Siruela
Traducción de Isabel-Clara Lorda Vidal
221 páginas

 

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