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27 Abr 2024
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Por Ana María Vara

Esta especialidad se instala en las humanidades y las ciencias sociales, aunque varios de sus practicantes alguna vez fueron físicos, químicos, ingenieros o matemáticos. El propio Latour lo describe así en uno de sus libros clásicos, Nunca fuimos modernos : "A falta de otra cosa, nos llamamos sociólogos, historiadores, economistas, politólogos, filósofos, antropólogos. Pero a estas disciplinas venerables añadimos el genitivo: de las ciencias".

Queda claro que no se trata de un genitivo subjetivo sino objetivo: la sociología, la historia, la antropología estudian las otras ciencias, las convierten en su objeto de análisis. De esta operación, que transforma a los investigadores en investigados, surge una línea de tensión que ha dado origen a varias batallas académicas. Hay que comprender que un científico no se sienta cómodo en el traje de hámster.

Con una decena de obras relevantes, Latour se planta en Cogitamus. Seis cartas sobre las humanidades científicas, como representante senior del área. Casi como refundador. Desde la misma portada propone una terminología propia, que supone una redefinición de la especialidad, poniendo énfasis en los discursos y distanciándose de la sociología, dominante en el campo. Por otra parte, sitúa su reflexión en el pensamiento francés a partir de la alusión a Descartes y su "cogito, ergo sum", así como al elegir el género epistolar, caro a los philosophes . Un tercer gesto es la elección de su corresponsal, una alumna que no puede asistir a sus cursos. Como en una buena novela, el verosímil se sostiene con datos de la realidad: ella es alemana y sabemos que, en una Europa preocupada por integrarse, el intercambio estudiantil es casi obligatorio para los jóvenes universitarios.

Cada carta es una lección dentro de un curso, que se inicia con la constatación de que la ciencia y la tecnología hoy son protagonistas de dos grandes relatos antagónicos: el de progreso infinito y el de desastre inminente. Ambos coexisten con igual valor persuasivo. Confiesa el maestro, asumiendo como suya la perplejidad de la estudiante: "Tampoco yo sé cómo elegir entre las previsiones catastrofistas de ciertos ecologistas que hablan de un mundo que se está hundiendo ante nuestros ojos y las declaraciones tranquilizadoras que -para salir del apuro- nos dicen que tenemos que calmarnos depositando nuestra confianza en el desarrollo de las ciencias y las técnicas. ¿Debemos elegir entre el Apocalipsis y el futuro radiante?"

Este dilema lleva a otro: la cuestión de la autonomía de la ciencia. Latour recuerda la archifamosa anécdota de Arquímedes sobre mover el mundo con una palanca: un principio abstracto, ciencia por la ciencia que, sin embargo, el griego formuló para ofrecer sus servicios al rey de Siracusa, preocupado por el acoso de los romanos. Plutarco concluye su narración sobre las hazañas bélicas de Arquímedes de manera desconcertante, celebrando su desinterés en la utilidad de la ciencia: "Ponía únicamente su celo en aquellos objetos en los cuales la belleza y la excelencia no se mezclan con ninguna necesidad material". Entonces, ¿el saber vale por sí mismo o por su capacidad instrumental? ¿Está o no sujeto a otros poderes?

En las primeras páginas Latour también introduce su pedagogía: pide a sus alumnos que trabajen con artículos periodísticos. Como escribe en 2009, allí está la pandemia de gripe A, la cumbre de Copenhague sobre cambio climático, la crisis financiera no prevista por los economistas: ejemplos de la imbricación ineludible entre ciencia y política. Éste es el punto central de su argumentación.

Luego el autor profundiza en las nociones de "traducción", que establece la vinculación entre ambos mundos, y de "prueba", que la pone en evidencia. La falla, la avería de los equipos es una "prueba" que nos coloca frente a la materialidad de la técnica, a sus vericuetos y sus infinitos impactos en la vida cotidiana. Seguidamente, en un pase grandioso que disfraza de excursus didáctico, el francés ensaya su propia definición de qué es ser humano. A partir de la observación casual de que los babuinos se parecen mucho a nosotros, excepto en que no usan herramientas, Latour sugiere a sus alumnos que imaginen prescindir de toda tecnología y, por lo tanto, de los saberes encapsulados en ella: que se piensen como "monos desnudos". Entonces, en un solo gesto, revela la importancia de la ciencia y de los estudios sobre la ciencia: "Me permito entonces una crítica a sus otros profesores -¡mis colegas!- refiriéndoles que las disciplinas que no toman en consideración los rodeos técnicos son quizás interesantes, pero tratan sobre babuinos y no sobre seres humanos. Las humanidades sin las técnicas no son sino monerías".

A partir de estos principios complementarios -la ciencia no puede separarse de la política, lo humano no puede pensarse sin ciencia y tecnología- el francés construye un edificio teórico que tiene en Cogitamus su versión más afinada y más clara, desde el título mismo. Ya no estamos ante el científico que piensa en soledad, sino ante la sociedad que piensa en conjunto. Como ejemplo más elocuente, reaparece la cuestión del cambio climático, que requiere conocimientos sobre los que no termina de haber consenso mientras, a la vez, exige decisiones drásticas y urgentes: la gran "Demarcación" -con mayúscula- entre hechos y valores es imposible.

La debilidad y la fortaleza de las sociedades actuales, entonces, es la multiplicación de las traducciones, la riqueza de la relación entre humanos e instrumentos. Lo que nos conduce a la noción de "multiverso": no hay un universo sino muchos, de acuerdo a cómo se establecen esas relaciones.

Hay que destacar que el modo como Latour argumenta sobre este punto, reinterpretando a Newton, Darwin y Einstein, es un ejercicio intelectual estimulante, que acerca ámbitos tan diversos como la astronomía y el imperialismo, el naturalismo y el comercio. Tangencialmente, deja en evidencia otra vez la importancia de los estudios de la ciencia, al apoyarse en trabajos novísimos de colegas como el norteamericano Peter Galison o el británico Simon Schaffer. Además de rescatar a autores de culto, como el estonio Jacob von Uexküll, que influyó en Martin Heidegger y Gilles Deleuze, y que hoy también es celebrado por Giorgio Agamben.

La acumulación de nombres no debe intimidar a los lectores: Latour, ya se ha dicho, ha escrito un curso y es sumamente didáctico. Hay que señalar, eso sí, que su trabajo de selección bibliográfica, destinado a estudiantes franceses -y aquí cae el verosímil de la corresponsal alemana- no tiene un correlato en la traducción al español, donde se conservan las referencias a ediciones en francés incluso de libros escritos originalmente en otras lenguas. Con lo cual La estructura de las revoluciones científica s, de Thomas Kuhn, publicado por la Universidad de Chicago en 1962, aparece como un producto de la casa parisiense Flammarion de 1983. Sólo aquellos con algún entrenamiento podrán saltar el obstáculo.



Ficha:

Cogitamus. Seis cartas sobre las humanidades científicas
Bruno Latour
Paidós
Traducción de Alcira Bixio
196 páginas

 

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