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27 Abr 2024
11:00AM -
Sandor Marai

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Lectura de manuscritos y tutorías para obra en curso 

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Publica La Jornada

Por Miguel Ángel Muñoz

–Siempre has dicho que has hecho el mismo cuadro en los últimos años. ¿Lo sigues creyendo cuando estás por cumplir noventa años?

–Hace un tiempo Umberto Eco recordaba que el intelectual, el artista, por más cosas variadas que haga, en el fondo siempre está escribiendo el mismo libro y desarrollando unos ideales casi únicos. Pero, quizá, tanto como unos ideales, se trata también de una posición, de una manera de ser. Y se podría precisar que esa manera de ser tampoco es muy variable. Además, tiene mucho de producto obligado de los tiempos históricos que nos ha tocado vivir.

–Hablas de hacer un mismo cuadro, pero quien conozca tu obra en retrospectiva verá una “contradicción”, pues si hay alguien en el arte contemporáneo que ha cambiado y evolucionado eres tú, ¿no lo crees?

–Voy haciendo combinaciones de materiales, mezclo colores, enfrento formas, pruebo a ver qué ocurre. Como el boticario que realiza pruebas con los específicos hasta obtener la fórmula del remedio. Sí, yo hago algo parecido; hasta que me doy cuenta de lo que aparece, ¿para qué negarlo? Me sorprende de pronto, ¡caray! Me produce una especie de sobresalto, una emoción que me detiene, que me sugiere una pausa.

–¿Sigues estando seguro de tus ideas sobre el arte, de tu forma de entender el mundo, o hay cambios importantes en tu vida?

–Siempre he dicho que soy un poco como esos autores que se dice que sólo han escrito un libro en su vida. Yo he pintado un cuadro con muy pequeños cambios; en mi camino, con todas las matizaciones necesarias, pero siempre con una constante muy particular en mi carrera, que es guiarme siempre por la filosofía de Oriente. Si sigo trabajando es por mejorar lo que hago, aunque el cuadro ideal, perfecto, todavía no ha llegado.

–Has hablado de una “realidad auténtica”, o simplemente, de la realidad que está más allá de nosotros mismos. ¿Crees que este concepto tiene un límite?

–Después de mucho vivir, leer y estudiar te encuentras que la realidad sigue siendo un misterio. El concepto “misterio” persiste, por lo menos en los temperamentos que no tenemos creencias definidas. Hay ciertas religiones que han dado respuestas, no definidas, pero las dan. No es que no creas que debemos mantener una ilusión, pero sí hay que entender que hay un misterio más allá de la vida: la muerte. Aunque soy bastante optimista. En momentos gana la vida.

–En casi toda tu obra se percibe esa búsqueda mística del mundo. ¿Consideras que esos instantes pictóricos tienen algo de religioso?

–Busco más bien algo divino (lo pongo entre comillas), pero lo busco en las cosas materiales o en mi vida cotidiana. Soy un “espiritualista materialista”. Y en este sentido me siento próximo a ciertas ideas de la ciencia y me intereso por libros de divulgación científica. Me acompañan lecturas –que en realidad son relecturas– de este tipo. La ciencia tiene algo de espiritual y algunos científicos coinciden con una visión del mundo que también me interesó y me sigue interesando: Oriente y su filosofía. Bertrand Russel ya decía que la ciencia es más espiritual y la materia menos material de lo que comúnmente se piensa. En mí existe una especie de gusto o sentimiento por lo trascendente, pero en el sentido de buscar la trascendencia en lo inmanente. La realidad material es extremadamente profunda y refinada, tan bella que uno experimenta un gozo religioso cada vez que se atiende a lo más pequeño: una piedra, una hojita…

–La materia es otro tema clave para entender tu obra. ¿Cómo la sigues entendiendo en tu proceso de creación?

–La materia es un soporte que permite dibujar y hacer grafismos de forma diferente al papel o la tela. Desde finales de los años cuarenta, la materia fue una reacción a la pintura académica, una agresión al soporte, y al mismo tiempo forma parte del mensaje de la obra. Mi gran preocupación era buscar explicaciones de tipo material a la vida y las explicaciones que daban los científicos me parecen discutibles, pero me interesaron las referencias que hacían a la cultura hindú y budista. Me dediqué a este divinismo que sigue siendo una sabiduría muy moderna, sin dogmas ni Papas.



París d’Antoni Tàpies

Por Pere Gimferrer

Trae el invierno el color de este polvo de mármol.
Arde una fragua de claridades verdes
bajo la luz visible de las ramas, tan claras
por tan desnudas, el cercado de los incendios de abril.
Nos pertenece un país palpitante de agua y de hierba,
un gotear de nieblas en el desfiladero del cielo.
El polvo de mármol, la piedra, el cartón y la chatarra
han recibido el legado de las estaciones,
la herencia del tiempo que rodea al hombre,
el oro ceremonial y el verde trémulo,
el azul nocturno y el azul que ven unos ojos cerrados
en el anillo de oscuridad que enciende las apariencias.
Nos pertenece un país, un legado, el alto ejemplo
de la claridad de los álamos y la ventana desnuda
que ve la transparencia del vacío total.
Un país para volver a él, más adentro
que lo que pedimos, y más adentro aún
que lo que nos podremos atrever a soñar:
un país donde la oscuridad fuese conciliación
del espacio y el hombre, como la raíz del espacio
aferrada al subsuelo, como la raíz del subsuelo
aferrada a las minas negras del firmamento.
Volver a él es como volver al país donde no nacen
ni mueren los instantes: presentes, irreductibles,
rehusados al recuerdo, son sólo conocimiento.
Como la mano, como el cuerpo, como la mente febril,
todo el ser ha dejado de arañar el entorno.
Ahora ha llegado el tiempo de esperar y conocer,
tiempo de herramientas sumergidas en el agua de los desvanes,
la navegación de escombros, monasterio
de sábanas y moho, país de esta sangre.
Tiempo de hombres que han hallado súbitamente un ámbito:
la pura nitidez de saberse vivientes.

 

 

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                               Concurso jóvenes talentos                                              Universidad Camilo José Cela