Que la Historia la cuentan los vencedores es un lugar común del que es difícil escapar. A la Transición española y sus aspiraciones de relato modélico le salen cada vez más detractores a medida que pasa el tiempo, y se acumula el polvo bajo la alfombra dogmática de su amnistía fundacional. Esto lo saben fuera de España y no hay lamento ni manía persecutoria local que maquille el nombre exacto de la ignominia: un “preocupante eco del pensamiento totalitario de la era de Franco”. Y por si fuera poco, revelan cables que ponen en solfa la versión oficial y acríticamente consensuada de la posición de la Corona ante el intento de Golpe de Estado de 1981. Todo ello a pesar del machacón eufemismo y del culto a sus héroes con pies de barro. Corta memoria colectiva que no es capaz de pronunciar las palabras adecuadas.