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27 Abr 2024
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Publica El Mercurio

 

Por Juan Ignacio Rodríguez

 

 El asunto para Foucault es indagar en "¿cuál es la forma del sujeto que dice la verdad?", "la vieja cuestión, tradicional en el corazón mismo de la filosofía, de las relaciones entre sujeto y verdad", dice.

 

Si en Historia de la locura se trató de la verdad y el sujeto loco, del delincuente en Vigilar y Castigar o de la sexualidad en Historia de la sexualidad; aquí Foucault vuelve al origen, a la antigüedad grecolatina para inquirir acerca de cierta modalidad específica del decir veraz: la parresia, literalmente, "decir todo", pero que se entiende por "decir veraz" o "hablar franco". "Decir la verdad sin disimulación, ni reserva, ni cláusula de estilo, ni ornamento retórico que pueda cifrarla o enmascararla", explica Foucault. La verdad pura y dura, sin pelos en la lengua. De ahí lo de coraje de la verdad.

 

La fuente es Sócrates: acusado de impío y corruptor de jóvenes por decir la verdad, y que por seguir diciéndola fue condenado a muerte. Si antes de Sócrates la parresia tenía un carácter político en cuanto se trataba de alguien que decía la verdad ante la asamblea, con Sócrates adquiere un carácter ético, en cuanto se ejerce ahora sobre los individuos en vistas de alejar al otro del error. Sócrates reprocha, objeta, cuestiona a su interlocutor para hacerlo consciente de su ignorancia, para que tome conciencia de sí; lucha contra el olvido de sí mismo, conmina al otro a cuidar de su alma.

 

De ahí que las últimas palabras de Sócrates antes de morir sean: "Critón, debemos un gallo a Asclepio (dios de la medicina al que se le ofrendaba un gallo cuando un enfermo sanaba). Paga mi deuda, no lo olvides". No es que la vida fuera la enfermedad, interpreta Foucault siguiendo a Georges Dumézil. No, la enfermedad son las opiniones erradas, esas que son "como un mal que afecta al alma". A curar y curarse de eso habría dedicado su vida Sócrates, y en el momento de morir no quedaba sino agradecer y conminar a los suyos a insistir y no descuidar el alma.

 

Se trata, entonces, de la filosofía como vida filosófica. Un cruce entre existencia y verdad que se encarna luego en los cínicos, quienes provocan con su sola presencia. Un tipo de vida, el cínico, que trastoca las normas establecidas y que Foucault reconoce también en el ascetismo cristiano, en el político revolucionario y en el artista moderno.

 

Foucault dictó este curso durante febrero y marzo de 1984. Moriría tres meses después, el 25 de junio. Algún afán dramático querría ver en estas clases un testamento, el cierre o conclusión de una filosofía. Un epitafio. Pero lo que hay es un pensador que avanza, retrocede, se desvía, retorna; que deja su curso a medio camino, también su vida (cedamos al drama) con un "en fin, aunque tenía cosas para decirles sobre el marco general de estos análisis, es demasiado tarde. Gracias, entonces"... Una pregunta final: ¿Quién se arriesga hoy en filosofía?

Colaboramos con:

                               Concurso jóvenes talentos                                              Universidad Camilo José Cela