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Publica El Cultural

 

El anfitrión nervioso

 

Por Ignacio Echevarría

 

Sólidos, amables, perspicaces, los ensayos de Zadie Smith, recién publicados por Salamandra (Cambiar de idea, 2011), se caracterizan, cuando de literatura se trata, por hacer muy palpable, no sin alguna coquetería, su doble condición de escritora ya consagrada y de lectora todavía voraz y muy aplicada. Me ha gustado particularmente el comentario que dedica a un libro que sería deseable ver traducido al español: el que recoge una selección de las charlas radiofónicas que E.M. Forster dio en la BBC en el transcurso de más de tres décadas. The BBC Thalks of E.M. Forster, 1929-1960, se titula el libro, publicado en 2008 por University of Missouri Press. Smith explora, a través de estas charlas, "la combinación de banalidad y brillo" que, según ella, era propia de este escritor, cuyo "gran tema -puntualiza con acierto- era la comunicación: entre las personas, las naciones, el corazón y la cabeza, el trabajo y el arte".

 

Repara Smith en la preocupación que Forster sentía por definir la franja de audiencia a la que se dirigía. “Iba contra sus principios poner obstáculos entre sus oyentes y él”, dice Smith, y cita una frase en la que Forster declara, lleno de zozobra, haber recibido “cartas muy amables de personas lamentando estar por debajo del nivel de mis charlas, y otras igual de amables lamentando estar por encima”. En consecuencia, Forster resolvió, como subraya Smith, “recorrer el camino del medio”.

 

Smith parece conocer bien los problemas a que da lugar esta determinación, y observa con agudeza: “Forster tiene algo de anfitrión nervioso en una fiesta: teme que los invitados no hablen entre sí a menos que él esté presente para facilitar las presentaciones. A veces su imagen del lector medio es demasiado general para resultar reconocible”.

 

Algunos ejemplos que trae a colación resultan casi sonrojantes, pero corresponden a la manía que tenía Forster de intercalar en sus charlas la muletilla: “¿Y ustedes qué piensan?”. Pregunta que, como Zadie Smith especula con humor, había de suscitar entre algunos oyentes una réplica del estilo: “Pero, ¡hombre!, ¿qué más da lo que yo piense? ¡Pago mis impuestos para oír lo que piensa usted!”.

 

Definir el nivel de los lectores, de “la franja de audiencia”, no es sólo un problema de periodistas y divulgadores de toda especie, es también un problema del escritor y del creador en general. Se trata de un problema cada vez más insoluble, en la medida en que han ido borrándose las fronteras entre alta y baja cultura, una y otra flotantes en la sopa boba de la llamada cultura de masas. Ay del escritor que, como Forster (aunque él, debido a su particular delicadeza, se libra de los más graves peligros de esta tentación), permanece demasiado atento a su público. Un público, por otro lado, tan hipotético como esos retratos robot que la policía fabrica para identificar criminales.

 

Me vienen al recuerdo unas severas palabras escritas por Rafael Sánchez Ferlosio en su extraordinario prólogo al Pinocchio de Collodi. Declara allí Ferlosio su repudio de lo que él llama “lenguajes adaptados”. Como el que emplean los adultos con los niños, por ejemplo. O los colonizadores con los colonizados. O ciertos divulgadores, periodistas y escritores, añado yo, con lo que ellos mismos entienden por “lector medio”.

 

“Como con los animales domésticos -escribe Ferlosio-, se juzga la inteligencia del colonizado principalmente por su capacidad para entender al colonizador, para comunicarse con él. Pero ya que la lengua es el medio en cuyo seno tiene que medirse tal capacidad, hay que ver en primer lugar qué es lo que pasa con la lengua que corre entre uno y otro; y lo que pasa es que el propio colonizador empieza por fijar esa lengua -que es la suya- en un estadio de aprendizaje absolutamente grosero y elemental, pues, en lugar de decirle al colonizado 'Si fuera usted tan amable de conducirme a Bulawayo, estaría dispuesto a pagarle hasta diez libras rodesianas', lo que le dice es 'Mtombo llevar Hombre Blanco Bulawayo y Hombre Blanco dar dinero Mtombo'”.

 

De lo que se deduce, hechas las oportunas explicitaciones, esta espinosa conclusión, que convendría tener muy presente, en todos los ámbitos: “Sólo el asunto tiene derecho a especializar la lengua común, y toda adaptación al receptor es una perversión lingüística y un acto de desprecio, al menos objetivo, hacia ese receptor. Así como hay un lenguaje para colonizados, hay un lenguaje para masas, un lenguaje para mujeres, un lenguaje para niños. En ninguno de ellos tiene cabida una palabra leal”.

Colaboramos con:

                               Concurso jóvenes talentos                                              Universidad Camilo José Cela