Hace cien años comenzaba el periplo filosófico del joven Ludwig Wittgenstein. Partía en tren desde Manchester, abandonando para siempre sus estudios de ingeniería aeronáutica, y se dirigía a Cambridge para presentarse sin anuncio ante uno de los más eminentes filósofos anglosajones, Bertrand Russell. Su propósito era doble: además de su intención de estudiar y discutir con Russell los fundamentos lógicos de la matemática, necesitaba que éste despejase la sospecha, que venía madurando desde hacía tiempo, de que, si poseía talento alguno para algo, era para la filosofía. Y que, de ser así, debía consagrar su vida a ella. El alma más desnuda