Club de lectura

06 Abr 2024
11:00AM -
Eloy Tizón

Revista

Servicio de lectura

Lectura de manuscritos y tutorías para obra en curso 

Servicio de lectura


Publica Revista Ñ

Por Ingrid Sarchman

Sin embargo, es evidente que esta mirada optimista sobre la relación hombre/máquina se enfrenta con la desigualdad social –y en consecuencia la diferencia en el acceso a la información– y con lo insondable de la mente que opaca los procesos del pensamiento a la hora de la tabulación y clasificación de datos. Sobre estos temas Pierre Levy ofreció su conferencia “Veinte años de inteligencia colectiva” en la Fundación Osde y luego fundamentó su teoría en esta entrevista.

–¿Cree que los sistemas informáticos brindan nuevas herramientas para el análisis de los productos culturales?

–No creo que estas herramientas constituyan una nueva disciplina, más bien instauran una nueva metodología en el campo ya conocido de las ciencias sociales y humanas. Tengamos en cuenta que estas ciencias han usado la estadística desde el siglo XIX. Esto no es nuevo, sólo que la computadora facilita el análisis de los procesos estadísticos porque los automatiza. Desde una perspectiva general no podemos negar que ahora todos los materiales de la cultura pueden ser apropiados, grabados, y etiquetados por cualquier usuario y a la vez, reutilizados y transformados en tiempo real por muchísimas personas. La novedad es que ahora las herramientas de investigación son más fáciles de usar y hay un mejor y mayor acceso a ellas. Por otro lado la misma universidad comenzó a formar estudiantes para que pudieran hacer uso de estas tecnologías aplicadas al análisis de la cultura. Hoy hay maestrías en “Herramientas digitales para el análisis de las ciencias sociales”. Sin embargo, así como no existe una asignatura que se llame “Estudios humanos tipográficos”–porque son nuestras herramientas actuales– tal vez en veinte años no vamos a hablar más de herramientas digitales. En ese sentido, referirse a una cultura digital aplicada a la cultura es un modo contingente de abordar el análisis de los procesos culturales.

–En función de esta lógica se podrían pensar estas herramientas digitales como parte de la misma serie en la cual están inscriptas las lingüísticas y las tipográficas. Sin embargo, ¿cuál es la diferencia de estos sistemas?

–La principal diferencia es la construcción colectiva del conocimiento. En la actualidad es mucho más fácil acceder al análisis y circulación porque millones de personas participan de esta construcción y la visualizan, escriben, reformulan, discuten. Esto no hubiese sido posible antes. La colaboración colectiva siempre existió, lo que cambia es la escala y la velocidad en la circulación de la información. Ahora existe un mayor potencial de transformación. Las máquinas no se usan sólo para reproducir, sino que generan datos de manera autónoma. Hay dos aspectos que se destacan en esta era: la escala en la colaboración y la habilidad de las máquinas para transformar y no sólo reproducir.

–¿Qué puentes puede trazar entre el pensamiento crítico y este sistema de inteligencia colectiva/reflexiva?

–El pensamiento crítico siempre ha sido un aspecto importante en la historia de la humanidad, sin embargo creo que hoy es mucho más relevante. En el pasado existía el periodista o el profesor que establecían los grandes temas sociales, filtraban la información, la procesaban, editaban y luego la exponían ante las audiencias. Sin embargo ahora todos tenemos acceso a la información sin mediaciones. Podemos tomar mejores decisiones y más rápidamente. La particularidad del pensamiento crítico actual es que se basa en elecciones sustentadas en un real acceso a la información y esto es así porque lo que se han multiplicado son las fuentes de acceso que también analizamos y discutimos. Incluso podemos inferir la agenda de cada medio. Sabemos dónde están parados, desde qué lugar dicen lo que dicen, entendemos por qué usan términos específicos, sabemos cuáles son sus intereses. El pensamiento crítico debería estar capacitado para hacer todas esas preguntas y no olvidar que todo el flujo de datos e información parte de una fuente específica con contenidos e intereses determinados. Las personas están capacitadas para pensar por sí mismas. Yo enseño eso a mis alumnos: “no crean en los periodistas, tienen que pensar por sí mismos para poder decidir”. Como formadores de opinión, en la universidad o en los medios tenemos la responsabilidad de transmitir esta idea.

–Existen diferentes teorías sostenidas desde la ficción, pero también desde la ciencia, que creen en la posibilidad de construir máquinas autónomas, independientes de la voluntad del hombre. ¿Qué piensa sobre ellas?

–Yo no creo en una tecnología autónoma. Las máquinas no pueden pensar por su cuenta. Es más realista pensar que son las personas las que pueden pensar por su cuenta, aunque no sean conscientes de eso. No podría apoyar esas visiones catastróficas donde las máquinas despiertan para invadir el mundo porque aunque ellas sean cada vez más sofisticadas y puedan resolver muchos problemas, nunca serán autónomas. Aunque hayan sido construidas con tecnología de punta, después de un tiempo alguna parte del sistema comenzará a colapsar. Tampoco estoy de acuerdo con los que sostienen que la inteligencia artificial puede desarrollarse de manera similar a la humana, como si fuera la de un bebé que se convierte en adulto. La máquina no puede compararse con el saber humano. Podrá igualar nuestra memoria, nuestra habilidad para procesar datos, nuestra imaginación, estimularnos, pero nunca igualará la conciencia humana. De manera que se transforma en una buena herramienta para colaborar pero sin autonomía. Reconozco que las particularidades de los algoritmos para analizar comportamientos y tendencias son cada vez más sofisticadas y crean nuevos campos de acción pero nunca el de la autonomía. Se puede aumentar la tecnología intelectual, la colaboración, la memoria colectiva, pero no hacer computadoras más inteligentes que el hombre. Ni el software, ni la tecnología son los inteligentes, sino los hombres que diseñaron estos programas.

–¿Cómo se concilia este optimismo en la relación entre hombre y máquina con las diferencias sociales, económicas y simbólicas que existen hoy? No todos tienen el mismo acceso a la tecnología y a su uso colaborativo.

–No creo que este sea el principal problema. Hace veinte años, sólo el 1% de la población estaba conectada, hoy más del 40%, mañana será más del 50%. El verdadero problema es educar. Soy profesor, trabajo enseñando esas habilidades técnicas y culturales. Lo primero que debemos hacer es ayudar a nuestros estudiantes a hacer el mejor uso de todas estas herramientas. Facebook puede usarse para mandar las fotos de una fiesta. También se puede armar un grupo y organizar, colaborar, extender los materiales, la información, trabajar juntos en un proyecto. El punto es saber hacia dónde orientar la acción. Yo no soy utópico, soy optimista. Un utópico piensa que todos los problemas serán resueltos si la gente adopta un tipo de sistema político. Yo no creo que resolveremos todos los problemas si estamos conectados porque seguramente los problemas sociales, políticos y económicos subsistirán. La diferencia es que la conexión y el buen uso de las herramientas empoderan y traen nuevas oportunidades de acción.

–¿Qué piensa de los movimientos políticos surgidos en los últimos años en la red; cree que pueden transformar el ejercicio de la política?

–Estos partidos son una realidad. La gente usa los medios sociales para organizar protestas. Pero por ahora no puedo predecir cuáles serán los efectos a largo plazo, sólo observo. Pero sí destaco que su principal ventaja es la libertad de expresión. Escribir un blog, una columna de opinión, cualquier cosa que uno quiera expresar es posible en la red. Se amplían las posibilidades de deliberar así como las posibilidades de discutir más allá de la tv o los diarios. De modo que si tenemos en cuenta estos tres aspectos: mayor libertad de expresión, más opciones abiertas de deliberación, y una plataforma para la acción, estos movimientos claramente marcan un avance en la construcción de una inteligencia global.

–En función de esa construcción de inteligencia colectiva, ¿podría señalar los aspectos principales del lenguaje ILMS?

–El proyec to del ILMS debe pensarse como un ecosistema: un grupo de gente que trabaja junta y cultiva ideas para crear sistemas complejos, luego redefine esos ecosistemas que ha creado para que sean accesibles, para que puedan ser traducidos en diferentes idiomas. Este lenguaje describe la habilidad de organizar y pensar nuevas cosas de manera autónoma pero sólo si se han cultivado, si se han pensado. A partir de eso se crea el algoritmo básico, más precisamente, se convierte ese cultivo en sistemas semánticos computarizados. Son ideas conceptuales, no sólo un compendio de ideas cuantitativamente agrupadas.

–La colaboración en red es un aspecto optimista del uso de las tecnologías. Pero, ¿qué podría decir de quienes sostienen que su uso también provoca mayor impaciencia, procastinación o imposibilidad para concentrarse en una sola acción? O peor aún, que produce aislamiento. Un ejemplo claro sería el cibersexo.

–Yo no acusaría a la tecnología sino a las personas, a su responsabilidad. Si uno está en una clase, una conferencia y en lugar de escuchar al otro, mira un partido de fútbol, es un problema propio, no de la tecnología. La mitad de mis alumnos lo hacen, pero no puedo llamarles la atención, son adultos responsables. Yo trato de salir de ese discurso impartido por los medios. Como decía antes, Facebook y Twitter pueden ser lugares donde sólo se intercambian tonterías y se repiten eslóganes pero también se puede seguir a expertos, científicos, leer sus trabajos, comprobar que en la red la gente se lee, se escucha, no se insulta. Y por supuesto que creo que su uso ha cambiado las mentes de las personas, pero de la misma manera que la comunicación mediática había producido su propia revolución perceptiva. Ahora tenemos a nuestra disposición un cúmulo de información que hemos creado juntos, y en el futuro debemos seguir desarrollando el poder de la computadora y analizar esos datos. Estamos al comienzo de esa revolución. Y si seguimos desarrollando estas técnicas vamos a lograr entender el funcionamiento de la mente humana, así como Galileo permitió entender el funcionamiento del cosmos, aunque por ahora no tengamos muchas pistas. La mente humana no está en el cerebro, sino en la cultura, los libros, el arte, el comportamiento colectivo. En el futuro deberíamos ser capaces de entender, analizar, probar. Esta será la gran revolución. Soy muy optimista con respecto a ello.

–En ciencia la pregunta más interesante es sobre las cosas que no sabemos, ¿cuáles son sus cuentas pendientes en el campo de Internet?

–No sabemos mucho acerca del sentido, sólo podemos dar cuenta de conexiones, de flujos, de cantidades, pero el significado es muy complicado en un sentido filosófico. Es opaco. No es semánticamente transferible. Hace mucho yo escribí sobre el arte como esa posibilidad de expansión, sin embargo, ahora es un lugar común. La música, por ejemplo, hoy en día es pura técnica y cualquier músico la puede reproducir. Las computadoras y la rápida comunicación han copado todas las posibilidades de creación, de hallar un sentido extra. Lo mismo sucede con los dibujos animados. En la época de Walt Disney se dibujaba a mano pero hoy se hace de manera automática, es un programa, entonces no es más revolucionario, es parte de la práctica cotidiana. No creo que el sentido pueda encontrarse fácilmente, por lo menos no en las herramientas que tenemos a mano. La pregunta por el gusto persiste, qué es bueno, qué es interesante. Ese es un problema de la filosofía o de la cultura y no de las máquinas. ¿Qué es lo que realmente anima de verdad al pensamiento musical?, ¿al interés en un texto literario? Todas esas cosas no dependen de la tecnología. La pregunta estética no desaparece porque existan computadoras. Nuevamente, la responsabilidad por la creación es humana.

 

Colaboramos con:

                               Concurso jóvenes talentos                                              Universidad Camilo José Cela