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Por Gabriela Cabezon Camara

 

El día de la entrevista, esa especie de domingo relajado que, más allá de toda consideración política, fue para casi todos el 20N, están felices y preparando las valijas: Adriana Hidalgo y Fabián Lebenblik ganaron este año el premio al Mérito Editorial de la Feria Internacional del Libro de Guadalajara. Es un premio importante, de una de esas importancias que se arman también por quiénes fueron elegidos hasta ahora: Roberto Calasso (Adelphi), Antoine Gallimard (Gallimard), Beatriz de Moura (Tusquets), Jorge Herralde (Anagrama), Manuel Borrás (Pre-textos) y los argentinos Daniel Divinsky y Kuki Miler (Ediciones de la Flor), entre otros. “El día que nos llamaron nos sentimos gratamente sorprendidos. Pero hemos trabajado desde el principio para ser una editorial internacional, para poder llevar nuestros libros a toda el área idiomática”, cuenta Hidalgo. Eso, trabajar para el mercado entero del español, es lo que hace a una editorial sustentable, explica la editora, cuya formación “es económica”, dice, y se nota: “Una editorial como esta, con la venta en Argentina no se sustenta. Tenemos montones de lectores y muy buenos, pero para hacer buenas producciones y buenos libros, necesitás vender una buena cantidad. Y para eso, tenemos la enorme ventaja de tener un área idiomática enorme, toda América Latina y España. Hay que trabajar para vender en todos lados.”

-¿Y está difícil el comercio internacional para el sector editorial?

-Exportar es difícil porque tenés que vender en firme para poder ingresar las divisas que exige el Banco Central. La burocracia es mucha y compleja, pero vale la pena; de nuestras ventas, el 45 o 50% deben provenir de la exportación. Respecto de las restricciones para imprimir fuera del país, nosotros imprimimos casi todo acá, salvo los libros infantiles, que los hacemos en China; los hacen muy bien, cuestan un cuarto que en cualquier otro lado y podés ponerles un precio razonable. Para esos libros se complicó un poco, pero como tenemos crédito porque exportamos mucho, no tenemos problema. De todos modos, en un tema tan sensible como los libros no debería haber ningún tipo de traba.

-Definís a los libros como un “tema sensible”. Con un abuelo librero y editor (fundador de El Ateneo) son parte de tu vida desde antes de nacer.

-La librería y la editorial siempre fueron como una parte importantísima de la familia, algo absolutamente placentero. Yo crecí en un universo de libros, eran tan necesarios e imprescindibles, aprendí a convivir con ellos. Y a disfrutarlos. Me encantaba ir a la librería, entrar ahí a ese edificio gigantesco de la calle Florida. Una vez fui con una amiguita; en esa época había un busto de mi abuelo, que murió antes de que yo naciera. Le dije a mi amiga: ese es mi abuelo. Y todavía me acuerdo de su cara de sorpresa.

Claro: un señor con busto propio es un señor importante. Y esa importancia venía de los libros, que “están llenos de historias, de olores; son un mundo fantástico al que quise seguir perteneciendo.”

-Entonces decidiste ser editora.

-Empecé con este proyecto ya grande, tenía 48 años, después de vender El Ateneo. Creo que se fue dando naturalmente y tiene que ver con una necesidad de expresar algo; mi padre es un desaparecido –Héctor Hidalgo Solá, diplomático secuestrado en 1977–, entonces fue una forma de conjugar mis conocimientos, darle difusión a la literatura y al pensamiento, que es lo que te hace libre en última instancia. Y es un homenaje. Una forma decir algo, de transmitir algo que pueda servir de algún modo, para que seamos, no sé, mejores. Una desaparición es absolutamente improcesable, todavía casi no pasa un día sin que piense en mi padre.

Una editorial es siempre una obra. En este caso, también un modo de expresión que trabaja con los libros, la expresión de muchos, y la expansión del pensamiento y la libertad de tantos. Un premio muy bien ganado.

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                               Concurso jóvenes talentos                                              Universidad Camilo José Cela