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Por Sergio Parra

 

    El desengaño de Internet, los mitos de la libertad en la red, no constituye tampoco una boutade de Morozov. Más al contrario: su libro está excelentemente fundamentado, aporta quintales de investigaciones de otros expertos que respaldan sus teorías y se nota que se mueve como pez en el agua.

    Uno de los temas secundarios desarrollados por Morozov estriba en lo ya expuesto con mayor sustancia por Nicholas Carr en su Superficiales: ¿qué está haciendo Internet con nuestras mentes?, esto es, que Internet nos está volviendo irremisiblemente superficiales, consumidores insaciables de anécdotas, lectores de fragmentos más que de textos largos y densos, etc. Pero el tema que Morozov desarrolla con más extensión, profundidad y originalidad es un golpe directo en el mentón de Internet: que la red de redes en realidad podría estar acabando con la libertad, favoreciendo la fragmentación de ideologías y fortaleciendo los Estados totalitarios u administraciones que aspiran a serlo.

     El sentido común nos indica justamente lo contrario. Pero quizá no esté hablando nuestro sentido común, sino la colección de alabanzas sin freno que día a día nos lanzan los medios de comunicación al respecto: que Twitter ha conseguido inspirar las revueltas de Irán de 2009, que las noticias entran libremente en tales estados a golpe de ratón o que incluso las muestras audiovisuales de las bondades del Primer Mundo están abriendo los ojos a muchos que no creían en las alternativas.

    Morozov aporta datos contundentes a propósito de todo ello. Y sobre que las religiones más reaccionarias están tomando posiciones y fortaleciéndose gracias a la red, al igual que los dictadores y los blogueros que simpatizan con sus ideas. La gente sale a la calle para manifestarse, sí, y anuncian por Twitter que han salido a la calle a manifestarse. Y las calles se llenan. Pero ¿realmente estamos asistiendo a una relación de causa-efecto? Y ¿acaso salir a la calle se está convirtiendo en una forma de evitar involucrarse en políticas más comprometidas, un automatismo como el que empleamos para señalar con un “me gusta” determinada campaña en Facebook?

    Morozov no está sistemáticamente en contra de Google, Facebook, Twitter o la blogosfera. De lo que nos advierte es que un exceso de entusiasmo podría cegarnos a la hora de regular todos esos nuevos sistemas de comunicación. Si tardamos demasiado en hacerlo convenientemente, tal vez ya estaremos inmersos en una espiral de la que difícilmente podremos abandonar. Y si el agobio social, político y hasta existencial puede con nosotros, Internet nos ofrecerá miles de alternativas de ocio para sobrellevarlas. Para dejar de pensar. Como el soma huxleyniano. Y los intelectuales que se prodigan en las redes se dedicarán, cada vez más, a glosar toda clase de cosas que no incluyan la agitación política y social en contextos particulares donde ésta resulta tremendamente acuciantes.

    Unas advertencias que ya en su día fueron proclamadas por Soren Kierkegaard, el padre del existencialismo, que analizó con tino las consecuencias políticas y sociales de la revolución industrial y de la Ilustración en la primera mitad del siglo XIX. Ya entonces surgió una suerte de Internet: multitud de instituciones culturales, periódicos, revistas y cafeterías para la charleta intelectual afloraron hasta extremos sin precedentes. La mayoría de los filósofos y comentaristas de la época alabaron ese avance cultural. Kierkegaard, sin embargo, pensaba que ello podría dar como resultado la disminución de la cohesión social, un derroche de interminables y desinteresadas reflexiones, y el triunfo de una curiosidad intelectual infinita pero poco profunda, capaz de impedir un compromiso serio, significativo y espiritual con un tema concreto.

    La prensa de la época obligaba a la gente a tener firmes opiniones sobre todo, pero muy pocas veces cultivaba el impulso de actuar en consecuencia. A menudo, la gente estaba tan saturada de opiniones e información que aplazaba sine die las decisiones importantes. La falta de compromiso, provocada por la multiplicidad de posibilidades y la fácil disponibilidad de remedos espirituales e intelectuales, era el auténtico objetivo de las críticas de Kierkegaard.

    De modo que si sois entusiastas de Internet, tal vez este libro os resulte un interesante complemento para mitigar o proteger tal entusiasmo de lo que se nos viene encima.


 

Ficha:

 

El desengaño de internet. Los mitos de la libertad en la red.
Evgeny Morozov
Editorial Destino

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                               Concurso jóvenes talentos                                              Universidad Camilo José Cela