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El fin de la historia de la fragmentación

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Por Guillermo Piro

Superficiales. ¿Qué está haciendo Internet con nuestras mentes? parte de una presunción fácilmente generalizable y comprobable: tal vez, se pregunta su autor, Internet está ejerciendo una influencia mucho mayor sobre nosotros de lo que en un comienzo se había podido prever. No sólo porque pasamos la mayor parte del día mirando un monitor, no sólo porque muchos de nuestros hábitos y rutinas se transformaron, sino porque el modo de funcionar de nuestros propios cerebros parece haber cambiado —o al menos estar en eso.

Muchos de nosotros comprobamos diariamente el empeoramiento de los síntomas de cierta incapacidad para prestar atención a una misma cosa durante más de cierto tiempo. No se trata de la degradación mental propia de la adultez, no. El cerebro tiende a la dispersión, pero al mismo tiempo está hambriento. El cerebro necesita ser alimentado del modo en que lo alimenta la Web y, cuánto más come, más hambre tiene. Busca aclarar un concepto en Wikipedia, pero al mismo tiempo, mientras espera que la página se cargue, consulta el correo, y una palabra en el correo lo llevó a googlearla, y como para entonces la página del principio ya terminó de cargarse, su lectura nos lleva por nuevos vericuetos de hipervínculos… Y así podemos estar horas, no terminar nunca.

Al parecer, Nicholas Carr extraña el viejo funcionamiento de su cerebro, cuando era capaz de pasarse largas horas leyendo una novela de Tolstoi, echado sobre un sillón, a la luz de una lámpara. Hoy eso sigue siendo posible, pero reconozcamos que es un poco más difícil. Así como la aparición de la prensa de Gutenberg rediseñó nuestro modo de ver y de pensar, instaurando hasta una nueva ética literaria y científica —ninguno de los logros trascendentales de la ciencia de los siglos XIX y XX habría sido posible sin los cambios en la lectura y escritura, y por lo tanto en la percepción y en el pensamiento, propiciados por los alcances a largo plazo de la invención de la imprenta en el siglo XVII—, pareciera que desde la aparición de Internet nuestros cerebros volvieron a rediseñarse.

Carr observa que hasta la llegada de Internet, la historia de los medios de comunicación había sido la historia de una fragmentación. Las tecnologías avanzaban por caminos diferentes, dando cada una lugar a la proliferación de herramientas, cada una de las cuales podía servir para un propósito particular. Los libros y los diarios podían imprimir texto e imágenes, pero no sonidos e imágenes en movimiento. Los medios audiovisuales podían presentar sonidos e imágenes en movimiento, pero eran inadecuados para la presentación de textos en grandes cantidades. La radio, el teléfono, los tocadiscos y los grabadores servían para emitir sonidos. Si uno quería realizar un cálculo matemático tenía que recurrir a una calculadora. Si uno quería averiguar algún dato, consultaba una enciclopedia. La producción de información estaba fragmentada. Si una empresa quería vender libros, los imprimía. Si quería producir imágenes en movimiento, filmaba. Si eran canciones, grababa discos. Una vez que la información se digitalizó, los límites entre los medios de comunicación se disolvieron. Una notebook es una navaja suiza. Es cierto, seguimos leyendo libros y revistas, de vez en cuando vamos al cine y escuchamos la radio. Incluso hay gente rara que todavía compra CDs, y hay gente más rara aún que todavía compra diarios. "Cuando las tecnologías viejas se ven suplantadas por otras nuevas, es frecuente que las viejas sigan utilizándose largo tiempo, a veces indefinidamente", dice Carr. Veinte años después de la invención de la imprenta, muchos libros siguieron copiándose a mano. Lo cierto es que las viejas tecnologías van perdiendo fuerza económica y cultural.

Carr recuerda una historia. Una tarde de abril de 1775, Samuel Johnson se encontraba de visita en la gran villa que Richard Owen Cambridge poseía a orillas del Támesis. Después de un breve saludo, Johnson se lanzó a los estantes de la biblioteca y empezó a leer en silencio los lomos de los libros. "Doctor Johnson —dijo Cambridge—, parece extraño que alguien tenga el deseo de mirar los lomos de los libros", a lo que Johnson respondió: "Señor, el conocimiento es de dos tipos. O conocemos una materia por nosotros mismos o sabemos dónde encontrar información sobre ella".

Internet nos permite acceder instantáneamente a una biblioteca de información sin precedentes. Pero al mismo tiempo, lo que Internet hace es disminuir el primer tipo de conocimiento al que aludía Johnson: ya casi estamos incapacitados para conocer en profundidad cualquier cosa, construir con nuestra mente la serie de conexiones propias de una inteligencia singular. Nos ha hecho superficiales.

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