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Publica El País (Uruguay)

Por Carlos Ma. Domínguez

COMO LA IMPRENTA

La música es un lenguaje abstracto y misteriosamente emotivo, siempre difícil de traducir a palabras. Los críticos apelan a arduas descripciones técnicas y a toda clase de figuras para considerar la singularidad de las obras y los intérpretes, sin posibilidades de verificar sus argumentos fuera de las impresiones de la sensibilidad. Pero Isacoff cuenta con muy buenos recursos narrativos, ha escrito un libro bello, plagado de anécdotas reveladoras y énfasis oportunos sobre la historia de un instrumento que al decir de Bernard Shaw "fue para la música lo que la invención de la imprenta para la poesía".

Su largo recorrido conduce desde los tiempos de Mozart por los grandes compositores clásicos hasta los más distinguidos pianistas del jazz, los experimentos con pianos preparados de John Cage (adulterados para producir nuevos sonidos), las diferentes escuelas nacionales (alemana, rusa, francesa, inglesa, entre otras), los intérpretes singulares y los escenarios de vanguardia. Es una sola historia fundada sobre la continua exploración de los sonidos del piano prácticamente desde su invención, organizada básicamente en cuatro secciones, según las condiciones ponderables de los compositores: los inflamables (Bach, Mozart, Beethoven, Haydn, Liszt, Bartók, Stravinski, Jerry Lee Lewis, Earl "Fatha" Hines, Cecil Taylor, entre otros), los alquimistas (Debussy, Schoenberg, Scriabin, Bill Evans, Duke Ellington, Thelonious Monk, John Cage y otros), los rítmicos (Roll Morton, Scott Joplin, James P. Johnson, Fats Waller, Willie "the Lion" Smith, Art Tatum, Dave Brubeck, entre muchos jazzistas), y los melodistas (Schubert, Schumann, Brahms, Mendelssohn, Chopin, Satie, Ravel, Gershwin, Bud Powell, etc.).

La inclusión de los músicos en los grupos puede aparentar una lista pero el relato se desliza por los vínculos de unos músicos con otros, las vocaciones, las modas, los adelantos tecnológicos y las continuas tensiones entre quienes buscaban hacer oír la música y los que quisieron hacerse oír en ella, unos más inclinados a la abstracción y las investigaciones, y otros a la expresión de las emociones personales; de un lado la imantación salvaje del carácter y la naturaleza, del otro la paciente inteligencia del artificio; unos volcados a la proeza técnica, otros a la condición sensible de la ejecución, con una amplia gama de intercambios y combinaciones entre los extremos de una polaridad que atraviesa todas las artes.

A todo eso puede sumarse la disyuntiva de los intérpretes en torno al valor de tocar composiciones clásicas a la manera de su creador o con la libre ambición de un modo personal. Se hizo famosa una frase de la clavecinista Wanda Landowska a la prestigiosa intérprete Rosalyn Tureck: "Mira, tú toca a Bach a tu manera y yo tocaré a la manera de Bach". El canadiense Glenn Gould, célebre por llevar al piano las Variaciones Goldberg de J. S. Bach -una pieza para clavecín con doble teclado, hasta entonces considerada austera y demasiado académica- se puso del lado de Tureck con un resultado estremecedor. Pero Gould rechazaba los énfasis románticos y prefirió "la abstracción serena a la turbia sentimentalidad". Usaba sombrero, guantes y bufanda, incluso en verano, tomaba toda clase de pastillas, pronto se apartó de las salas de concierto porque se sentía "como un cristiano ante los leones", y tocaba sus conciertos en una silla destartalada a la que su padre le había serruchado diez centímetros, de modo que, quince centímetros más baja que los taburetes normales, lo obligaba a doblar la espalda como un arco y a utilizar solo la fuerza de los dedos en vez del peso de los brazos, mientras tarareaba sobre las notas que tocaba. En 1983 Thomas Bernhard dio a conocer la novela El malogrado, basada en la experiencia del músico y sus variaciones.

El comportamiento de Gould es apenas una de las muchas extravagancias que sumaron los pianistas de todas las épocas que Isacoff recoge con muy buen espíritu. En sus páginas asoman los pianos destrozados por Beethoven, con los que convivía en su casa, semejante a un depósito, los "baños animales" que los médicos le ordenaron a Robert Schumann para curarse la herida en un dedo -consistía en meter la mano en las entrañas de criaturas muertas-, o la pertinente advertencia del pianista ruso Vladimir de Pachmann a una mujer que durante un concierto se abanicaba en la primera fila: "Madame, yo estoy tocando en 3/4 y usted se abanica en 6/8".

PIANISTAS Y POLÍTICOS

El piano también participó de la vida política en trascendentes ocasiones. Mientras se negociaba el tratado de paz en Potsdam, el 19 de julio de 1945 Truman le pidió a Eugene List que tocara el piano en una reunión con Churchill y Stalin, más interesado que el ministro inglés en Chopin y Tchaikovski. Adolf Hitler contó con el pianista Ernst Hanfstaengl para aliviar sus depresiones. Además de Wagner, al Führer le gustaba Verdi, Chopin, Strauss, Liszt, Grieg y curiosamente, la música gitana, pero rechazaba a Bach, Haendel, Haydn, Mozart, Beethoven y Brahms. Durante la guerra, la fábrica de pianos Steinway ideó un modelo vertical para terrenos accidentados, que los aviones lanzaban en paracaídas en los frentes de batalla.

La mayor paradoja pertenece a China. El piano fue prohibido durante la revolución cultural (1966-1976), pero la fabricación de instrumentos y la formación de pianistas se encuentran actualmente a la vanguardia de la música. Son algunas de las sorpresas que depara este libro bien informado y bien escrito, disfrutable, pedagógico y divertido.



Ficha:

UNA HISTORIA NATURAL DEL PIANO. DE MOZART AL JAZZ MODERNO
Stuart Isacoff
Editorial Turner
Madrid, 2011
383 páginas

 

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