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06 Abr 2024
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Publica La Jornada

Por Paulina Tercero

El director de la Sección de Cine, Jean Perret, hace de anfitrión y afirma que “es un encuentro privilegiado el que tiene Suiza con Kiarostami, quien en cuarenta años ha realizado una cantidad de trabajo considerable en el terreno del cine, haciendo documentales, fotografías e instalaciones, así como poesía, ya que Kiarostami es un gran poeta, su obra se publica con regularidad”. La afinidad con Suiza comienza en 1989, cuando el Festival de Cine de Locarno otorga al cineasta el Leopardo de Bronce por La casa de mi amigo (1987). Se trata del primer premio europeo que recibe el cine de Irán, al cual se ha comparado con el neorrealismo italiano en la manera casi documental de salir a la calle a filmar historias posibles con actores improvisados. Entre los favoritos de Kiarostami está Vittorio de Sica.

El cineasta sonríe como adolescente tímido desde el estrado, detrás de las gafas oscuras que utiliza invariablemente porque, según explica alguien, “sus ojos son muy sensibles a la luz”. Kiarostami no tiene objeción alguna para contar con detalle cómo se filmaron las imágenes de los cortos que presenta esa noche. Afirma que en el oficio del cine el director es uno más, no el más importante, porque el cine es producto de una labor de equipo. En contraste con la visión del artista iraní –nos recuerda Dominique, la traductora– hay que ver que, por ejemplo, el idioma francés dedica dos términos para definir “director”: uno es réalisateur, que se refiere a cineastas/autores como Godard o Truffaut, y el otro es meteur en scéne, que define a quién dirige a un equipo que lleva a la pantalla un guión que escribió otra persona.

En años recientes, Kiarostami ha hecho a un lado los largometrajes para hacer cortos, documentales, instalaciones y poesía. Agrega que muchos consideran que un cortometraje es un trampolín para el que comienza, pero que él ha vuelto a tomarles el gusto y el sabor: son pequeños regalos que puede dar, sin preocuparse de nada más. Sin embargo, en 2010 vuelve a realizar una película, Copia certificada, protagonizada por Juliette Binoche y el cantante de ópera inglés William Shimell.

Por primera vez el cineasta trabaja fuera de su país, con actores profesionales y con un guión que, por estructura y contenido, está más cerca del cine de Occidente que lo que Kiarostami acostumbra realizar. Binoche, gran actriz francesa, se presta al juego pues –inevitablemente– el realizador se aleja en repetidas ocasiones del guión durante la filmación, buscando lo espontáneo: que los actores se convirtieran en los personajes.

Kiarostami habla de sus cortos, de lo difícil que es filmar de un modo diferente al de Hollywood y de restricciones económicas. No obstante, recuerda que en Irán se filmaron cien películas ese año y sesenta en 2010. Con humor nos cuenta del lío en que se metió por incluir, sin malicia, una pieza de Mozart en una película porque sentía que la música del compositor austríaco estaba en perfecta sincronía con su visión de cineasta. Muy pronto unos hombres de traje y corbata le hicieron saber que debía pagar derechos por ese instante de comunión artística: una suma mucho mayor que el presupuesto que tenía asignado para la película. Los hombres de corbata no tomaban en cuenta que obviamente el beneficiario no sería Mozart sino los intérpretes de la partitura: toda una orquesta sinfónica… Hubo que cambiar la música. Sólo queda especular cómo se habría visto en pantalla la yuxtaposición de la música de Mozart con las imágenes del iraní Kiarostami. El cineasta está seguro de que Mozart hubiera estado satisfecho del resultado.

El caso evidencia lo deficiente que es la legislación en materia de arte y el sinsentido de que argumentos como éste limiten las posibilidades de creación y colaboración entre artistas. Con una sonrisa leve, el cineasta parece pedir que le expliquen cómo funciona el mundo. Abbas Kiarostami habla de lo solitario que es su oficio, de las interminables horas viajando y durmiendo lejos de casa. De la relación entre él y su público dice que cuando filma se concentra en aterrizar la idea que tiene en la cabeza, que en ese momento no piensa en el espectador. Pero, reconoce, su mayor temor en la vida es que alguien llegase a abandonar la sala antes del fin de la proyección de un filme suyo.

Varios de los cortos del Kiarostami de los últimos tiempos son mudos y casi abstractos, apenas hace cambios de planos. Algunos han sido construidos a partir de fotos sacadas de archivos personales, donde aparece esa otra vocación del artista, tal vez más privada: la fotografía que captura las pausas entre una y otra toma durante un rodaje, o cuando el cineasta recorre el agreste paisaje de su país en busca del lugar perfecto para contar una historia. Tal es el caso del cortometraje llamado Roads, uno de los tres que tenemos el placer de ver esa noche. Roads podría ser el equivalente cinematográfico de un haikú, construido a partir de fotografías en blanco y negro de impecable factura que recuerdan a Ansel Adams por la luz y la gama de grises. Aquí, las imágenes de caminos inmersos en el paisaje son el único rastro humano y se vuelven el hilo conductor que lleva a cada espectador a un viaje que va hacia adentro.

En los otros cortos la cámara está totalmente fija. Durante apenas minutos vemos dos historias sin diálogo ni personajes humanos: en el primero aparece la orilla del mar, hay tres huevos entre las rocas, que las olas golpean sin cesar. A cada golpe de mar el suspenso se vuelve intolerable. El otro video comienza tranquilamente a orillas de un lago suizo, una multitud de gansos son los protagonistas; uno de ellos toma la iniciativa y camina/corre hacia un extremo de la pantalla, los demás parecen dudar pero terminan por seguirlo. La escena se repite varias veces.

No hay principio, nudo o desenlace, pero es evidente que los cortos tocan alguna fibra en el público pues, al encenderse la luz en la sala, las interpretaciones son tan distintas como igualmente posibles: algunos espectadores hablan de metáforas sobre la fuerza y la fragilidad de la vida y, para otros, en el segundo corto la política aparece de manera sutil y cómica. Nos sentimos aludidos, todos entendemos el lenguaje de Kiarostami.

 

Colaboramos con:

                               Concurso jóvenes talentos                                              Universidad Camilo José Cela