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Por José Fernández Vega

¿El secreto de Umberto Eco? Resulta evidente que no hay sólo uno, sino varios. Pero el que menos se ha puesto de relieve es su talento para los detalles eficaces. El sensacional éxito de su novela El nombre de la rosa, comprensiblemente detestada por el autor puesto que tiende a eclipsar todo su trabajo anterior y posterior, acaso residía en la habilidad narrativa para conjugar pequeñas pistas de origen diverso. Era un artefacto literario capaz de combinar citas de erudición medievalista, un argumento basado en el suspenso, guiños culturales reconocibles (el monje Burgos es bibliotecario, es ciego y es Borges) y orientar el conjunto hacia un tipo de entretenimiento accesible a la mayoría. Eco lograba satisfacer distintas expectativas de lectura: su novela era policial y al mismo tiempo una broma sobre ese género; un texto convencional y un suceso de público en apariencia inasimilable para el mercado porque se podía considerar también una obra exigente, si no en su estructura, al menos debido al marco de referencias que movilizaba. Al lector "culto" le ofrecía un digno remanso; al consumidor de best-sellers, una propuesta recreativa con ínfulas educativas.

Construir al enemigo, su reciente libro de varia ensayística, no deja de organizarse según esos lineamientos, si bien los temas que aborda no alcanzan esa audiencia masiva que conquistó su primera novela. El libro incluye reelaboraciones de conferencias pronunciadas en congresos académicos (pero nada técnicas), divertimentos eruditos y de bibliófilo, un escrito imaginativo sobre el fuego o un examen de la poética desaforada de Victor Hugo al lado de artículos periodísticos de actualidad sobre WikiLeaks o las "velinas" (las chicas de las cadenas de TV de Berlusconi, pero Eco repasa más bien la curiosa historia de esa palabra y la vincula al ruido cultural en el que vivimos).

Los distintos capítulos llevan al extremo la fascinación por los detalles y las citas. Así, nos enteramos que, bien mirados, santo Tomás y Lenin compartían la misma teoría de la verdad, y que el primero, junto con otros doctores de la Iglesia, jamás admitieron que el embrión fuese una persona humana hasta pasados algunos meses de gestación. Estas consideraciones, sorpresas intelectuales revestidas de ironía, asombran por su despliegue de sabiduría al servicio de la interpretación de la actualidad. Pero también son recursos que autorizan al autor, generando fascinación y confianza por su palabra pedagógica y simpática, comunicativa y refinada.

La eficiente invocación a una biblioteca en apariencia infinita y de la que surgen todo tipo de menciones, extractos y apoyaturas para el razonamiento se vuelve un método para la persuasión racional no menos que para el encantamiento con el que Eco recorre los argumentos más disímiles, históricamente remotos o tomados de la crónica contemporánea. El infalible resultado le debe mucho al experto manejo de los detalles.

El capítulo que da título a la reunión de estos textos de ocasión (el propio Eco los denomina así en el prólogo que justifica esta colección) no es el mejor de la serie, pero aporta una frase sorprendente para la astuta portada. No menos calculado, pero cargado de mayor interés, es el ensayo que consagra al denominado Grupo 63.

Allí Eco intenta la autobiografía intelectual de una vibrante generación italiana integrada por músicos y literatos, editores y gente de los medios. Evoca sin melancolía los tiempos en los que la vanguardia todavía suscitaba airadas resistencias ("a Schönberg se le silbaba en la Scala") y el público rechazaba la música experimental al grito de "¡centroizquierda!". Eco y sus amigos entendieron que la subversión artística estaba dejando de ser asociada a la política; antes bien, era fácilmente incorporada a pesar de las dificultades que suponía el experimentalismo (que, como aclara, debe distinguirse de la vanguardia).

Años atrás, la aparición del Ulises de Joyce había suscitado todo tipo de rechazos entre los custodios del gusto de la época (Eco enumera sus, para nosotros hoy, desopilantes invectivas en uno de los capítulos), pero el experimentalismo de la década de 1960 terminó en un callejón sin salida: la tela blanca, la escena vacía, el texto ilegible, la famosa Mierda de artista de Manzoni. "Acababa una época y había que empezar otra", concluye. A sus ochenta años, Eco quizá nos debe todavía algunos detalles de lo que vino después.



Ficha:

Construir al enemigo
Umberto Eco
Traducción: Helena Lozano Miralles
Editorial Lumen
320 páginas

 

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