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27 Abr 2024
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Por Pablo Gianera

Según Josipovici, la perspectiva que juzga el modernismo un mero estilo (que habría de ser por lo tanto relevado por un estilo ulterior) resulta inadecuada; a partir del instante en que nace la modernidad, cuando "los oráculos enmudecen", el arte toma conciencia de su precariedad y de sus responsabilidades. Ya desde la época de Durero (dos de cuyos grabados,Melancolía I ySan Jerónimo en su celda, ambos de 1514, Josipovici examina con atención) los artistas dejaron de pisar tierra firme. Eldesencantamiento del mundo y la pérdida de una sensibilidad unificada se vivieron como una herida. El romanticismo intentó suturar esa herida; el modernismo, su hijo legítimo, la asumió valientemente, aunque no sin un temblor, que el autor proyecta sobre tres nombres iniciales: Mallarmé, Hofmannsthal y Kafka. Todos ellos notaron con agudeza la resistencia de lo real para transformarse en arte, la extinción de cualquier alquimia. Desde entonces, el modernismo llegó para quedarse y su divisa podría resumirse en la línea final deEl innombrablede Samuel Beckett: "[...] en el silencio no se sabe, hay que seguir, seguiré".

Hacia el final, el estudio de Josipovici abandona la especulación y la genealogía y polemiza frontalmente con su propio ámbito, la literatura en lengua inglesa, la de Amis (el padre Kingsley y el hijo Martin) o Ian McEwan, a los que llama "aspirantes a bachiller" por su impostación de ironía, sus buenos modales de estilo y su manera de acomodarse en esa segura "distancia establecida" entre el lenguaje y la historia que cuentan. Parece presentarse en este punto una doble interpelación: al arte, que no puede ya jugar ese juego, que necesita preservar el espíritu crítico sin resignarse a las veleidades de la fundación de un nuevo orden (ese peligro que constituye una de las alegorías de Doktor Faustus de Thomas Mann), y a la crítica misma, que debería abordar las obras (categoría aún válida en la perspectiva moderna) desde el punto de vista del artista, lo que implica la pretensión de un crítico artista.

Si se la compara con las de otros enérgicos defensores del modernismo, la tentativa de Josipovici está lejos tanto del refinamiento filosófico de Adorno, a quien inexplicablemente impugna más de una vez, como de la militancia de Clement Greenberg, con quien también discute. Aun así, logra agitar una vez más el fantasma moderno, esa aparición insistente que para algunos no es más que sábana blanca movida por un nostálgico escondido y, para otros, incluido él, un espectro que habita todavía entre nosotros y que nos obliga a devolverle la mirada.


 


Ficha:


¿Qué fue de la modernidad?
Gabriel Josipovici
Turner
Traducción de Gregorio Cantera
261 páginas

Colaboramos con:

                               Concurso jóvenes talentos                                              Universidad Camilo José Cela