Hace algún tiempo surgió una polémica (de baja intensidad) en torno a una antología de artículos que la editorial Siruela recogió con el título de Sólo para mujeres (Madrid, 2011, traducción de Elena Losada) y firmados por Clarice Lispector (Ucrania, 1920- Brasil, 1977), una de las escritoras brasileñas sin duda más relevantes de todos los tiempos. Las “crónicas”, originalmente publicadas en el Correo da Manha (Correo femenino-Diario de utilidades) y en el Diário da Noite (Sólo para mujeres), llevaban las firmas de Tereza Quadros, Helen Palmer o Ilka Soares, todos seudónimos elegidos por Lispector para esa actividad estrictamente alimenticia cuya producción deliberadamente no quiso rubricar con su nombre real, que utilizaba para sus cuentos y novelas, y para aquellas crónicas publicadas en el Jornal do Brasil (y también recogidas por Siruela), caleidoscópicas, a veces inquietantes y siempre reveladoras. Resulta oportuna la polémica para pensar en los vericuetos de seudónimos, heterónimos y alias y en las complicaciones que pueden  presentar para la edición de textos. Es evidente que los artículos reunidos en Sólo para mujeres, profundamente banales, meras fórmulas pensadas para el consumo femenino de finales de los años ’50, no pertenecen al corpus que damos en llamar la "obra" de Clarice Lispector. En términos literarios, esos textos no fueron escritos por Clarice Lispector. El caso debería estimular la reflexión sobre los bordes y límites del concepto de autor y situar la necesidad de una administración comercial responsable y criteriosa del legado de un escritor. En descargo de la editorial, habría que decir que su trabajo con la edición de Clarice Lispector en lengua castellana, y por consiguiente su papel en la difusión de la obra de Lispector en el marco hispanohablante, es imprescindible además de pionero.