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27 Abr 2024
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Publica El País (Uruguay)

 

Por Ana Fornaro

 

    Este hombre pequeño, afable, aparenta más edad de la que tiene, y lleva sus 73 años con camisas de cuello Mao y mucho sentido del humor. Pero el día de la entrevista está inquieto. "Se fueron todos mis colegas y estoy solo. No me gusta estar solo, me da pánico. Y más en un país donde no hablo la lengua. Qué suerte que me dijo de pasar el día juntos, porque si no me iba a quedar encerrado en el hotel hasta que saliera el vuelo". Así que nos fuimos a pasear, conversando en una ciudad ajena, caminando con paso inseguro, convencidos en cada esquina de que estábamos perdidos.

 

Solo o acompañado

 

 -¿De dónde le viene el pánico a estar solo?

-En realidad no es pánico a la soledad, sino que siempre suelo viajar acompañado. Ya sea por mis colegas o por mi mujer, que esta vez no vino porque está trabajando. Pero además sí, tengo ese espíritu de grupo. Supongo que viene de mi crianza; éramos ocho hermanos, yo soy el menor. Todos muy pegados y había algo muy de gueto también. Judíos marroquíes, de padres afrancesados y con muy poco contacto con el exterior. Y de alguna forma seguí así apenas pude. Llegué solo a París a los 17 años de Marruecos para continuar mis estudios y al poco tiempo ya formaba parte de un grupo. No escribía todavía, sólo estudiaba, pero fui siempre un gran lector. Así que cuando conocí a la gente del OuLiPo fue como encontrar una casa.

 

-¿Cómo entró al OuLiPo?

-A partir de Perec. Con Georges nos conocimos por amigos comunes y nos dimos cuenta de que teníamos la misma fascinación por el lenguaje, por los juegos de palabras. De hecho habíamos creado un par de proyectos, el PAL (Producción automática de literatura francesa) y la LSD (Literatura Semidefinicional). Los dos proyectos se basaban en eso, en fórmulas predeterminadas para generar textos. Perec ya era un escritor conocido, había publicado su novela Las cosas y entonces lo invitaron a formar parte del grupo. Después entré yo, en 1969, todavía no había escrito casi nada. El sistema para volverse "oulipiano" sigue siendo el mismo desde su fundación. Alguien presenta a una persona y se discute mucho, porque la aceptación tiene que ser por unanimidad. La persona tiene que compartir la misma visión del lenguaje que nosotros, las palabras como medio en sí mismo y una concepción muy fuerte de lo lúdico, claro. El humor es también muy importante para nosotros.

 

-Muchas personas ven en el OuLiPo un mero divertimento, una especie de fábrica literaria.

-Es que es eso. La gran clave es la invención de las fórmulas, algunas matemáticas, otras no tanto. Y después generar textos a partir de ellas. Pero es como todo, está en el autor generar buena literatura a partir de las restricciones. Queneau generó unos textos increíbles, Perec fue un genio que construyó novelas que fueron máquinas de ficciones con una profundidad admirable. Para nosotros las restricciones liberan, ayudan a desbloquear al autor, a superar el miedo a la página en blanco. Pero eso siempre depende del escritor.

 

Lenguas varias

 

-¿De dónde viene su fascinación por las palabras?

-De mi educación. Hablábamos francés en casa, un poco de hebreo y un poco de árabe. Desde joven tuve esa pluralidad de lenguas, entonces tenía un vínculo muy lúdico con el lenguaje. En mi familia siempre jugábamos mucho con las palabras. Mi padre no era un intelectual pero como venía de una buena familia había aprendido francés. En mi casa había una biblioteca llena de libros en francés y en hebreo. De hecho aprendí a leer en hebreo antes que en francés. Con un libro de oraciones. Imagínese, mi primer contacto con la lectura era un libro dirigido a Dios. Ya el lenguaje era algo sagrado. Después me di cuenta de que tenía facilidad. Cuando tenía diez años mi hermana me llevó de vacaciones a una playa y ella tenía que estudiar latín. Teníamos un diccionario y aprendí latín ahí, tomándole la lección a ella. Después de eso mi familia decidió que tenía que ser filólogo y tener una carrera universitaria. No fui filólogo pero me especialicé en historia romana…

 

-¿El lenguaje es algo sagrado para usted?

-Soy ateo. Pero se ve que algo me quedó de eso. Porque a diferencia de mis colegas escribo muy poco, tengo esa cosa de "el libro definitivo", algo casi bíblico. Entonces nunca estoy satisfecho con lo que escribo o escribo sobre eso mismo, sobre la imposibilidad. De hecho mi libro más conocido se llama Por qué no he escrito ninguno de mis libros y es sumamente metaliterario, además de incluir citas de muchos autores.

 

-Usted habla y escribe mucho sobre el OuLiPo, pero no tanto sobre su propia literatura. Hasta se ha transformado en una especie de portavoz post-mortem de Perec. ¿Dónde está su yo en todo esto?

-Ojalá supiera (ríe). Supongo que no lo he encontrado. Y hablar de Perec me parece vital. Perec era muy diferente a mí a pesar de que compartíamos ese amor por la literatura y las palabras. Él sólo quería escribir, siempre supo que iba a ser escritor, se habría suicidado si no se convertía en un escritor reconocido. En mi caso es importante pero no vital. Yo tenía que tener una carrera profesional. Fui el malcriado de mi familia, mientras que Georges fue muy infeliz. Perdió a sus padres asesinados por el nazismo, creció en un orfanato durante toda la guerra. Luego fue adoptado por sus tíos pero no era el hijo de la familia, era el adoptado. Era muy inseguro. Pero se acercó a la literatura, y su familia eran Flaubert, Balzac, no su tía. Creó todo un universo, descargó sus fantasmas por ahí. Era muy vital pero muy melancólico también. Apasionado y obsesivo. Un espécimen raro. Así como vivió, se fue. Al mes de que le detectaron el cáncer se murió. Nadie lo podía creer. Él mismo no lo podía creer, estaba pasando por su mejor momento, tenía 46 años.

 

Final

 

    Ya al final de la tarde nos metimos en el museo de Bellas Artes y mientras vagábamos por separado siento que me agarra del brazo con un entusiasmo casi infantil. "¡Vea esto! ¡Esta casa estuve a punto de comprarla con mi mujer!" Me muestra una casa que aparece en el cuadro de Jean-Baptiste Corot, titulado El estanque de la ville d`Avray. Yo lo miro y me río y le respondo sí, claro. "¡En serio! La casa sigue existiendo y estuvimos a punto de mudarnos ahí. Pero era un lío, era enorme y había que refaccionarla mucho. Mi mujer es pintora, entonces cuando vio que la casa estaba en venta y era la del cuadro le vino como un ataque. Es la primera vez que veo este cuadro en vivo. No lo puedo creer".

    Un final de entrevista que parece salido de una novela de Perec, o de Cortázar, pero que finalmente le sucedió a Marcel Bénabou.

Colaboramos con:

                               Concurso jóvenes talentos                                              Universidad Camilo José Cela