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Nadie atestigua por el testigo (Un ensayo sobre la poesía de Paul Celan)

 

Por Felipe Ruiz

 

Nombrar la data, indicarla, otorgarle un sentido y no dejar que ésta, la data, la inscripción de la fecha, sin devenir, se pierda. Atestiguar, en suma, el cumplimiento fiel de la data, del día en el mes en el año, inclusive en el milenio, en una época de confuso devenir, donde se ha cancelado el futuro, la ficción del futuro, y la razón es especulativa, especulativa en el sentido de que espejea el presente en cada segundo, en cada instante. La data abre así su singularidad, abre el espacio, la apertura del develamiento de un día, en ese tránsito que va desde que dormimos hasta que volvemos a dormir, si es que es tal. La data es la brecha irreconciliable entre la duración, la sucesión del tiempo, y aquella promesa de una cosmogonía nueva, de un tiempo nuevo, de la ruptura con la data.

 

Pero la poesía de Celan es del desierto, de la inscripción dura, de la circuncisión de la hora. Es, si se me permite, una poesía del tajo, y es por lo mismo la poesía más próxima, es el atajo al presente, sin la factura de un utópico porvenir hacia aquel tiempo prometido. Es una poesía que permite sobrellevar el fin, del mundo, o del segundo, porque el fin del mundo es cada instante. Es una poesía también de la inscripción veloz, de afirmar la esencia del instante, la singularidad plena, la identidad del segundo y de su sentido, en aquella contraseña del poema. Su poesía no es, a diferencia de la contemporánea, desgarrada en el sentido de un phatos telúrico, sino más bien, concentrada, íntima al mismo tiempo que universal, o al mismo tiempo que permite singularizar en un punto la escucha abierta del mundo. Poesía sintética.

 

Es así como pasa de un registro neurótico a la más calma inspiración sin residuos, sin remanentes, desértica y árida, permite especular sobre si la datación no sería también la donación de un sentido abierto  al cambio o a la repetición. Si repertir la fecha, la data, no sería la signatura más misteriosa del irresistible devenir del instante en otro instante. Como pensar si en el de un momento a otro, no ocurre en realidad el intercambio real de un momento a otro, absorbiendo tanto lo imprevisto, lo súbito, pero también la anchura de un tiempo que se suspende en largas datas, en anchos caminos.

 

Amapola y memoria, su primer libro, es precisamente eso. No me refiero al archi comentado Todes Fugue como preámbulo de la poesía de los libros posteriores, o como refugio de no sé qué lugar singular de la poesía moderna. Se trata, en efecto, de que en Amapola y Memoria, es la memoria un refugio, un bastión, incluso, una ética, si se quiere. Bien podríamos haber titulado este ensayo precisamente así: La memoria como ética. En la signatura misma donde la data es, de un momento a otro, el desarrollo de un momento, parafraseando a Pablo Oyarzún, es que la memoria es la acreditación de un golpe, o la acreditación del golpe, por el que el poema es concebido. El poema es la acreditación, por tanto, de un trauma, de un evento traumático, y la data signa dicho momento para no dejarlo escapar en el efluvio de las distancias. Trauma, golpe, que en sí mismo, está marcado en los poemas de Celan y que permite el acceso a la memoria.

 

El trauma es por tanto la condición de la memoria. El acceso a una temporalidad distinta tiene que ver sobre todo con la posibilidad de vivir en el trauma. Vivir en el trauma, es, lúcidamente lo insinúa Heidegger, vivir en el dolor. Pero un dolor consumado, apaciguado, o como dice, un dolor convertido en piedra. El trauma es la síntesis que convierte lo afásico del tiempo en una experiencia para la sobrevivencia del cuerpo, en medio de un mundo de trabajo y de materia. Las cosas del mundo no son traumáticas en sí, el dolor del hombre sí lo es. La data, en tal medida, abre la brecha para un tipo de experiencia con la temporalidad que es la experiencia donde todas las datas se dislocan, se intercambian. Esto, se podría decir, es lo que sucede en una depresión o en una crisis profunda del sujeto y de la subjetividad. Pero la violencia también abre la brecha para el acceso a un tipo de temporalidad que bien, arriesgándonos, puede ser un tipo de racionalidad, la racionalidad del poema, que en sí traumática porque el poema nace a partir de la violencia.

 

Se trata, desde luego, de la escisión y del modo como el hombre acepta la ausencia de un Dios o el vacío del Dios y de tal modo accede al mundo como un ente cuyo único poder es el poder de potenciar su voluntad en él. Es la ausencia de Dios, que en Heidegger es la retirada de los Dioses, desde luego, lo que vuelca al hombre desde su espacio cotidiano a la violencia del progreso y de la maquinaria de lo técnico racional.

 

En la poesía de Celan, la ausencia de Dios adquiere el carácter de una desesperanza desesperada. Su espacio vacante sólo puede ser llenado por otra ausencia, la del sentimiento mismo, la del sensorium, ya que la poesía de Celan es una poesía caracterizada por la estructura y la forma, más que por la desnudez del sentimiento. Se trata de lo que Pablo Oyarzún en su ensayo Entre Celan y Heidegger denomina lo nítido, deutlich, lo más agudo de dicha claridad. En otras palabras, el imperio de luz total. A mi entender, dicha nitidez trasunta y declive del sentimiento en pos de una escritura cruda y directa, como bien señala Oyarzún, carente del hermetismo  que se le atacha a Celan, sobre todo a sus últimos escritos. No habría nada más claro y nítido que la  poesía de Celan, ausente de recovecos espiritualistas. El sentimiento no es lo esencial sino la imagen pura, porque en síntesis, el único sentimiento posible en Celan, lo único sentimental de su poesía es el dolor.

 

Se trata nuevamente del trauma. Porque mi conclusión es que la poesía surge del dolor tanto como el sentimiento. Que es el dolor el sentido original del sentimiento, y que el trauma del dolor genera o permite la creación de un espacio no material o espiritual en el hombre. Quizás por eso la poesía es el arte esencial o el arte por esencia.

 

Esto da que pensar. Si existe la memoria traumática significa que el cuerpo engendró un alma en reacción al dolor. Artaud es quién más profundizó en estas relaciones hiperbológicas del cuerpo, su constante defensa y explosión frente a estímulos de dolor externo. O bien, lo suprasensible es completamente una creación reactiva frente a un dolor original y traumático. Nuestra mente es la obra de arte, por tanto, más preciada, como diría Artaud. El sentimiento, cuando mucho, no es más que un presentimiento y es por tanto un instinto también. El animal original es el más poeta de todos, en el entendido que su balbuceo gutural engendra el habla y es por tanto el valor allí sagrado de la vida.

 

Quizás por eso en Celan, en aquellos poemas de Rejilla del Habla, sucede como si todo estuviese entrecortado, encabalgado de modo disperso y esquirloso, desdibujado en un mapa de arena que bien podría ser el desierto de la escritura sobre la cual los más arriesgados, los más preciados poetas escriben.

 

Celan escribe sobre esa arena, traza mapas, figuras, dibuja líneas posible de corte y fusión de versos. Y todo lo cual nos lleva finalmente al sentido de una escisión profunda (corte) que es la desesperación. Desesperación, ¿pero qué es la desesperación? Desde luego ella es una expectativa, la posición que un sujeto asume frente a una expectativa. Pero como dice Artaud, la expectativa, en sí misma, no es un estado de ánimo. Es, en cambio, la actividad inconsciente de un sujeto frente a una realidad que lo disloca y lo deja sin respuesta. La desesperación en sí es la condición de posibilidad de la experiencia de la escritura, aunque también, de la locura, sea esta en su estado social o personal.

 

El trauma permite sortear la desesperación. Permite articular, o anestesiar, al menos, el sufrimiento casi involuntario del sujeto. Celan abre las puertas de una poesía desde la desesperanza, como en Amapola y memoria, hacia una volcada del todo a la desesperación, Rejilla del Habla. Invoca un decir prevenido del cinismo social del buen pensante, de las convenciones de buena crianza y de los órdenes establecidos por el imperio del Homo Faber. En cambio, vincula la tradición judía con la poesía greco occidental de un modo que permite sintetizar la experiencia moderna de la literatura con un proceso de intronización de lo espiritual y lo sagrado.

 

Que si su destino pudo haber sido otro, que si, más allá de nuestras conjeturas, su vida personal pudo tener otro rumbo y por ende, una salida, son sólo especulaciones de la prensa, de internet, de los sociólogos de turno. En realidad, su muerte viene a patentar en sí la experiencia un sujeto que es trascendente para la humanidad en todo sentido.


 

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