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Y es que Chirbes alcanzó la fama y el prestigio literarios relativamente tarde, si bien ya en 1988, con Mimoun, fue finalista del Premio Herralde; a la editorial catalana estaría ya vinculado hasta su muerte. Alguna vez ha dicho que antes de ésta, tenía otras tres novelas escritas guardadas en el cajón. Antes de convertirse en escritor, Chirbes había trabajado como crítico literario, articulista de viajes y profesor, y había vivido en distintos lugares como Marruecos, Francia, Extremadura o Barcelona, antes de regresar a su Valencia natal, geografía clave en su obra narrativa. Tras Mimoun publicó La larga marcha, con la que comenzó su trilogía sobre la sociedad española que llega hasta la Transición.

Aunque sería Crematorio, en 2007, la obra que le daría a conocer a la gran mayoría de los lectores. La novela, que describe la España de la crisis, la corrupción y la burbuja inmobiliaria, obtuvo el Premio Nacional de la Crítica y tuvo una versión para la pequeña pantalla, protagonizada por el actor Pepe Sancho. Después llegaría la que para muchos es su obra maestra, En la orilla, una crónica amarga de la especulación inmobiliaria, con la que se consolidó como uno de los autores más importantes de la narrativa española.

“Digamos que Crematorio es la primera línea de playa, y ésta [En la orilla] es el pantano -declaró a El Cultural en 2013-. Crematorio es el esplendor, y ésta es la caída. Crematorio es el fuego que arde deprisa, y en ésta es el rescoldo, porque detrás de esta falsa modernidad que hemos vivido, hay un pozo y hay un pantano que siguen estando ahí, cada vez están más podridos. Porque todos somos ahora muy modernos pero aquí siguen funcionando los mismos esquemas, los viejos tópicos franquistas”.

Definida por él mismo como una “novela de voces”, con un río central, que es el personaje, En la orilla es, según el crítico Ricardo Senabre, “un auténtico festín” literario. "Sin desfallecimientos, con una prosa dúctil que unas veces se extiende en prolongadas contemplaciones del paisaje y otras en monólogos y pensamientos de personajes en los que se entremezclan recuerdos y actualidad, pasado y presente, y con una variedad de registros idiomáticos suficiente para que cada personaje se distinga por el estilo y los caracteres de su habla, Chirbes ha reconstruido medio siglo de historia en el entorno cercano a la Albufera valenciana".

Chirbes llegó, con esta novela, a una plenitud artística iniciada en obras anteriores como la mencionada La larga marcha, La caída de Madrid, Los viejos amigos o El Penúltimo escalón. Si dijo de su último libro que era una caída -tras el esplendor de Crematorio-, era ésta una caída en forma de libro lento, reflexionado que le costó concluir seis años. "En la orilla -dijo Chirbes- es un libro que no tiene trama, porque cada vez me interesa menos la trama. La trama es una dictadura, lo decía Benet... yo quise desde el principio que las distintas voces tuvieran el mismo tono y formaran un coro que contara lo único que me interesa contar, que es lo que está pasando. Es un libro discursivo, un libro que se me va constantemente hacia los lados".

La novela parte del hallazgo de un cadáver en el pantano de Olba. Su protagonista, Esteban, se ha visto obligado a cerrar la carpintería de la que era dueño, dejando en el paro a los que trabajaban para él. Mientras se encarga de cuidar a su padre, enfermo en fase terminal, Esteban indaga en los motivos de una ruina que asume en su doble papel de víctima y de verdugo, y entre cuyos escombros encontramos los valores que han regido una sociedad, un mundo y un tiempo. La novela obliga a mirar hacia ese espacio fangoso que siempre estuvo ahí, aunque durante años nadie parecía estar dispuesto a asumirlo, a la vez lugar de uso y abismo donde se han ocultado delitos y se han lavado conciencias privadas y públicas.

Cuando ensalzaban sus libros, y tanto los lectores como los críticos destacaban su naturaleza de crónica incisiva, con vocación de intervenir en la realidad del presente, Chirbes se quitaba importancia. “No tengo la impresión de que haya cambiado tanto el nervio de la sociedad”, dijo en una ocasión, para añadir, con su proverbial descreimiento: “Enseguida ves cómo, por debajo, los comportamientos tienen una continuidad con la España que conocí a los diez años. Esta novela, En la orilla, tiene el afán de, además de que el pantano sirva como metáfora, ser una narración en la que estén imbricados el pasado y el presente, la guerra y la posguerra, porque los mecanismos por los que unos se enriquecieron siguen funcionando y todo es como una pasta espesa y pringosa".

Amante de Galdós, el escritor se identificaba con el portugués Miguel Torga, quien decía llevar dentro un escritor tartamudo y angustiado, y afirmaba sentirse un perpetuo aprendiz de un oficio que amaba. "Lo que más me ha gustado siempre es la literatura. La literatura cuenta algo que no cuentan ni las otras artes ni el periodismo, y tiene una posibilidad de llegar al fondo de ser humano". También decía que todos sus libros los había escrito con la cabeza y el corazón en una de las grandes obras que amaba. Cuando escribía Mimoun (1988), confesó tener en mente Otra vuelta de tuerca, de Henry James; cuando La buena letra (1992), el Lazarillo, con su peculiar ingenuidad y sabiduría. Y con Crematorio (2007), Lucrecio y La Celestina. A partir de ahora, serán otros los escritores que, inevitablemente, tendrán a Chirbes en la cabeza cuando escriban.



Rafael Chirbes: “Que mis libros hablen por mí”

Por RAFAEL NARBONA

La inesperada muerte del escritor y crítico literario Rafael Chirbes interrumpe el curso de una obra que aún podría haber proporcionado claves esclarecedoras para interpretar el pasado y el presente de nuestro país. Nacido en Valencia en 1949, se licenció en Historia en Madrid y, durante unos años, llevó una existencia itinerante, que incluyó estancias en Marruecos, París, Barcelona, La Coruña y Extremadura. En 2000, regresa a su tierra natal. Inicialmente, su escritura se vuelca en la crítica literaria, la nota periodística, el apunte gastronómico y los relatos de viajes. Su primera novela, Mimoun, queda finalista del Premio Herralde en 1988. En 1996, La larga marcha obtiene el reconocimiento de la crítica alemana con el prestigioso Premio SWR-Bestenliste. Es la primera entrega de una trilogía que asume el ambicioso proyecto de narrar los años de la posguerra española hasta la Transición.

Los otros dos títulos, La caída de Madrid (2000) y Los viejos amigos (2003), completan una crónica que elude los lugares comunes y las visiones de conjunto que simplifican los hechos. Crematorio (2007) y En la orilla (2013) prolongan el relato, abordando la especulación inmobiliaria y la crisis que desmonta una burbuja de falsa prosperidad, reavivando las querellas de una sociedad donde aún se aprecian las huellas de la guerra civil. El profundo calado de ambas novelas será reconocido con el Premio Nacional de la Crítica en 2007 y 2014. La adaptación televisiva de Crematorio como una miniserie de ocho capítulos contribuirá a difundir la obra del escritor, mostrando que es posible transfundir el género narrativo al formato audiovisual sin perder la inspiración del texto original.

En un tiempo donde los novelistas desertan del presente, refugiándose en lo atemporal o en otras épocas y culturas, Chirbes escogió seguir la estela de Pérez Galdós, el primer Baroja, el Sánchez Ferlosio de El Jarama (1955) o la prodigiosa e innovadora Tiempo de silencio (1961) de Luis Martín Santos. Chirbes combinó diferentes registros para imprimir a su estilo ese timbre personal que caracteriza al verdadero autor. Sus novelas mezclan la narración omnisciente, el monólogo, la introspección, el relato alusivo, indirecto, el punto de vista múltiple y, en los últimos libros, la desintegración de la trama como un reflejo de la decadencia de una sociedad cada vez más iracunda, apática o desmoralizada. La especulación inmobiliaria es el tema central de Crematorio, pero no se trata de una concesión a la actualidad, sino de un gesto de coherencia con un pasado reacio a desaparecer. El franquismo y la democracia chapotean en la misma cloaca de corrupción. Aunque el punto de partida es el idealismo -equivocado o no-, el poder y el dinero tejen una malla que estrangula las aspiraciones más nobles.

Ambientada en Misent, un pueblo de la costa valenciana, Crematorio relata la trayectoria de Rubén Bertomeu, un arquitecto de 72 años que soñó con realizar conjuntos urbanísticos capaces de sintetizar la belleza, el sentido práctico y el anhelo de vivir en un espacio concebido a la medida del ser humano. Al igual que el resto de los personajes -un revolucionario desengañado, un poeta alcohólico, una joven rebelde-, convive con una impostura interior minuciosamente desmentida por sus actos. La aguda penetración psicológica de Chirbes evita la perspectiva esquemática, que reduce los personajes a simples estereotipos. La podredumbre moral no logra desprenderse de una lucidez que se silencia con cinismo. Una prosa de lirismo contenido y notable precisión simultanea lo íntimo y lo colectivo, la intrahistoria y lo épico. La especulación inmobiliaria es objetivamente perversa, pero la aglomeración de seres humanos a veces produce una fascinante galería de tipos. Desde Baudelaire, la poesía florece en los grandes espacios urbanos, no en idílicos paisajes naturales donde el hombre ya no echa raíces.

En la orilla transcurre en Olba, un pueblecito cercano a Benidorm. Corre el año 2010 y la crisis no cesa de causar calamidades. La aparición de un cadáver en un pantano se perfila como el símbolo de la descomposición social, moral y económica que afecta a todos los estratos de la convivencia. Esta vez el protagonismo recae en Esteban, un ebanista de 70 años con una carpintería incapaz de afrontar el descenso de la actividad económica. El negocio se hace inviable y Esteban envía al paro a sus trabajadores. No es una decisión fácil, pues la ruina resulta tan abrumadora como la responsabilidad de privar de sustento a varias familias. Esteban no es un hombre insensible, sino una persona que cuida a un padre en fase terminal. Chirbes combina la primera y la tercera persona, el monólogo y el estilo libre indirecto para hilvanar las escenas de un relato coral donde se encadenan las reflexiones pesimistas: “la historia es pura carnicería”, “como los cuerpos, las ilusiones mueren y apestan”, “soy un esclavo en busca de amo”. Esteban es un hombre común, insustancial, que sólo desea vivir. No siente especial aprecio por su padre, pero acepta sus obligaciones filiales. No ha tenido suerte con el amor. No entiende de política. Sólo advierte que grandes poderes económicos ejercen una coacción creciente sobre los individuos. En cierta medida, el siglo XXI avanza como un mal sueño. Se ha dicho que En la orilla es un paisaje de escombros con tintes expresionistas. Algunos opinan que Crematorio es el último eslabón de una tetralogía y En la orilla la coda final, algo así como El tiempo recobrado, pero sin el alivio de la reelaboración estética.

En una entrevista, Rafael Chirbes declaró: “Detrás de la falsa modernidad que hemos vivido, hay un pozo y hay un pantano que siguen estando ahí, cada vez más podridos”. Más adelante añade: “Que mis libros hablen por mí”. Chirbes nos deja prematuramente, con la frustración de perder a uno de los cronistas más lúcidos e íntegros de un mundo lleno de incertidumbres. Sin embargo, queda su obra, imprescindible para conocer un tiempo que recuerda las telas de Brueghel el Viejo, con la Muerte disipando cualquier ilusión de prosperidad o progreso moral.

 

 

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